“Suscipe me, Domine, secundum eloquium tuum, et vivam; et non confundas me ab expectatione mea.” (Sal 118, 116)
“Sé mi sostén conforme a tu promesa, y viviré: que mi esperanza no quede defraudada.”
¿Por qué las Misioneras de la Divina Revelación renuevan sus votos el día de la Anunciación?
Para las mujeres religiosas, la profesión evangélica, es decir, los votos de pobreza, castidad y obediencia, es el núcleo de la consagración religiosa. En este vínculo, en verdadera libertad, todo se vive, se desea y se ama con pureza, sin otro interés que el de complacer a Aquel que nos llamó a una vocación tan sublime. Dado que cada uno de nosotros debe cuidar este precioso regalo, la Iglesia y la Regla de Vida nos invitan sabiamente a renovar los votos cada año, incluso después de la profesión perpetua. Para renovar nuestra unión conyugal con el Señor, hemos elegido el 25 de marzo, el día en que la Iglesia celebra la gran solemnidad de la Anunciación de la Encarnación de Jesús en María Santísima.
En este espléndido día, comenzó en el tiempo la grande obra de la Redención de la humanidad. En este día, en la plenitud de los tiempos, Dios se inclinó profundamente sobre Sus criaturas. En este día bendito, la Palabra de Dios tomó para siempre un cuerpo humano en el vientre de María Santísima, haciéndose similar a nosotros en todo menos en el pecado. Es la inauguración del Tiempo de Gracia: de ahora en adelante nuestro Salvador, a través de María, está con nosotros y nunca será separado de los hombres, porque en Su Santísima Humanidad todos estamos presentes. De ahora en adelante, durante nueve meses, el tan esperado Mesías, que nos será revelado, está seguro y protegido en el Inmaculado Vientre de María, el nuevo Arca de la Alianza.
Por lo tanto, la Virgen María es nuestro modelo de consagración. En ella encontramos no solo las virtudes a imitar, sino también la gracia de vivir esta vocación sobrenatural, a pesar de nuestra frágil humanidad herida por el pecado. María ha vivido todo para el Señor, no se ha guardado nada para sí misma, se ha despojado de todo y, según su modelo, nosotros también queremos vivir. La Virgen permaneció pura, intacta para Dios, con un corazón indiviso, y así como es su corazón, también queremos que sea el nuestro: enamorado de Dios y de sus hermanos. María obedeció libremente en todo momento y en su Sí queremos decir nuestro generoso sí a Jesús.
Que la Madre de Dios, quien dio su carne y sangre para tejer la Santísima Humanidad del Verbo, su Hijo, nos apoye todos los días con su intercesión, con sus lágrimas y oraciones, acompañando nuestras vocaciones con su intercesión por todas esas solicitudes de oración que recibimos y que llevamos en nuestros corazones. Solo María nos da acceso directo a la Santísima Trinidad, porque ella es la Hija del Padre, la Madre del Hijo y la Esposa del Espíritu Santo, un misterio de amor que puede explicarse en el maravilloso anuncio del ángel: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1,28).
En este glorioso día, agradecemos al Señor por permitirnos renovar nuestro sí, junto con el de nuestra Santísima Madre y, con San Bernardo, exclamamos: «Por ti, oh Maria, se llenó el cielo, se vació el infierno, se restauraron las ruinas de la Jerusalén celestial, y los miserables recuperaron la vida que habían perdido».