Oh Llave de David y Cetro de la casa de Israel; que abres y nadie puede cerrar;
cierras y nadie puede abrir:ven y libra a los cautivos que viven en tinieblas y en sombra de muerte.
En Antifona de hoy, invocamos a Jesús como “Llave de David”. Jesús es la llave que abre a nuestros ojos, oscurecidos por el pecado, los secretos más íntimos de la vida. ¿No estamos continuamente sedientos de verdad? Hoy, en nuestra oración personal, llamamos a Jesús como nos sugiere la liturgia. Decir este nombre es una reafirmación de que solo Jesús es la llave que nos abre las puertas para la comprensión de todos los aspectos de la vida humana.
¡Ven Jesús! Maranatha!
Oh Llave de David y Cetro de la casa de Israel, que abres y nadie puede cerrar, cierras y nadie puede abrir, ven y libra a los cautivos que viven en tinieblas y en sombra de muerte.
Magníficat
Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
—como lo había prometido a nuestros padres—
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Oh Llave de David y Cetro de la casa de Israel, que abres y nadie puede cerrar, cierras y nadie puede abrir, ven y libra a los cautivos que viven en tinieblas y en sombra de muerte.
Oración
Señor y Dios nuestro, a cuyo designio se sometió la Virgen Inmaculada, aceptando, al anunciárselo el ángel, encarnar en su seno a tu Hijo; tú que la has transformado, por obra del Espíritu Santo, en templo de tu divinidad, concédenos, siguiendo su ejemplo, la gracia de aceptar tus designios con humildad de corazón. Por nuestro Señor Jesucristo. Amen.