La carta de peticiones a San José

Cuando a finales de diciembre del 2006 entré en el estacionamiento de aquél edificio situado en la Vía delle Vigne Nuove, en Roma, no pensé que la "profecía" de San José se estaba cumpliendo.

Mi nombre es Sor Rebecca Nazzaro, Superiora de las Misioneras de la Divina Revelación. Nuestra comunidad nació en la diócesis de Roma el 11 de febrero del 2001, después de una larga gestación de consagración laica a carácter religioso. Espiritualmente la comunidad nació en la Gruta de las ‘‘Tres Fuentes’’ en Roma. Es en este lugar donde se apareció la Virgen María, bajo el título de la ‘‘Virgen de la Revelación’’, a Bruno Cornacchiola, un hombre que luchaba contra la Iglesia Católica y que quería matar al Papa Pío XII. Nuestra misión se basa en la nueva evangelización, con el propósito específico de portar el amor a la Iglesia Católica bajo sus "Tres Blancos Amores": la Eucaristía, la Inmaculada y el Santo Padre.

Al inicio nuestra sede era un pequeño apartamento, prestado por queridos amigos devotos de la Virgen de la Revelación. Del primer grupo de 7 hermanas, pasamos a 9, 10... El Vicariato de Roma, reconociendo en este crecimiento una señal de la bendición de Dios, nos asignó un apartamento, propiedad de la diócesis, en el centro de Roma. Quedaba en el último piso, desde cuya terraza se podían admirar todas las cúpulas de las iglesias del centro histórico, alternando con sofisticadas antenas parabólicas.

Nos pareció que habíamos llegado a un acuerdo decente para el crecimiento y desarrollo de nuestro apostolado. La terraza era nuestra sala de recepción; las iglesias cercanas, nuestro oratorio; el jardín era el Circo Máximo y nuestros paseos dominicales tenían lugar en la Isla Tiberina. El Señor, en su infinita bondad, continuaba a inspirar jóvenes devotas a la Virgen de la Revelación, quienes pedían tener una experiencia con la comunidad. ¿Pero, cómo darles la bienvenida? Nuestra casa de huéspedes era una habitación usada como sacristía y sala de reuniones...¡necesitábamos unas cuantas habitaciones más! Así que reanudamos nuestras oraciones y nuestra investigación...Por supuesto, las condiciones económicas eran muy escasas, aunque mucha gente, incluidos nuestros padres, estaban dispuestos a contribuir voluntariamente para pagar una posible hipoteca.

Junto con la Vicaria, Sor Daniela, inició la visita a muchos edificios de institutos religiosos, grandes y pequeños, esperando con confianza lo asignado por la Providencia. La búsqueda duró más de 3 años sin ningún éxito. Ya habíamos invocado a San José tantas veces, dedicándole las oraciones del mes, las novenas, el manto sagrado (devoción a San José durante 30 días con letanías y oraciones), pero... ¡nada!

Un día me encuentro con una "hija de San José", a quien confío nuestra tristeza por no haber encontrado aún una solución adecuada para nuestra creciente comunidad, y pregunto si tiene alguna oración "especial" que pueda sugerirme. Con gran determinación me aconseja de escribir una carta a San José. Decir que me quedé sorprendida de su propuesta es poco...y pido me explique con más detalle. Ella me confirma el escribir una carta a San José, enumerando en detalle las necesidades de nuestra comunidad, porque San José nos respondería en detalle. Se despidió diciendo que estaba segura de que recibiríamos todo lo que estábamos necesitando.

No estaba para nada convencida de este tipo de "oración", y así reuní a la comunidad para escribir la carta a San José. Nos sentamos alrededor de la mesa y pregunté a las hermanas cómo les habría gustado el convento, porque San José respondería con precisión. Les hablaba en broma para ocultar mi incredulidad.

Las hermanas, llenas de fe y con tanta devoción, comenzaron a enumerar sus peticiones: desde una hermosa capilla hasta un gran refectorio, desde el jardín hasta las habitaciones de huéspedes, desde unas treinta habitaciones hasta salas para estudio y conferencias, sin que faltara una estatua de San José, y yo, para concluir, añado la petición de un microbús del tipo "Serena" de la marca Nissan. La petición fue escrita el 7 de junio del 2006 en un simple trozo de papel que colocamos detrás de un cuadro de San José, la única imagen que teníamos del santo.

 

Ninguna de las hermanas recordaba esa pequeña carta, y cuando en diciembre del 2006 nos invitaron a visitar el convento que se nos había propuesto, no pensamos en absoluto que San José lo hubiera preparado para nosotras.

Asustadas por el tamaño del edificio, Sor Daniela y yo intentamos terminar la reunión de forma inmediata, porque ya sabíamos que no tendríamos posibilidades financieras para un alquiler, ¡y mucho menos para una compra!

La religiosa encargada, comisaria pontificia, quien buscaba una solución para la comunidad que vivía en este convento, una comunidad que ahora se está cerrando, corrige mi pensamiento, y dice que sólo tendríamos que ocuparnos de las últimas monjas ancianas que quedaban allí, y que de ser así, un día todo pasaría a ser nuestro. ¡Noooo! ¡No podíamos creerlo! Salimos por la puerta y en el estacionamiento veo un microbús... Nissan... Serena... ¡no podemos creer lo que ven nuestros ojos! Vamos a casa y les contamos todo a las hermanas. Una semana después, el 6 de enero del 2007, confirmamos que aceptaríamos la propuesta.

El 11 de febrero del 2007, en la festividad de la Santísima Virgen de Lourdes y en el 6º aniversario de nuestra primera aprobación Eclesiástica, fui con toda la comunidad al edificio de Via delle Vigne Nuove, para almorzar con las hermanas que allí vivían. Todas, de ambas comunidades, estábamos llenas de alegría y desde nuestros corazones se elevaba un himno de agradecimiento al Señor.

Finalmente, el 25 de junio del 2007 nos trasladamos al nuevo hogar que El Señor nos donó, por intercesión de San José, para comenzar una nueva aventura. El 1 de julio celebramos una Santa Misa solemne en acción de gracias al Señor, llenas de gratitud, y conscientes de la responsabilidad del don recibido. De inmediato, de hecho, nos dijimos a nosotras mismas, si el Señor nos ha donado una casa tan grande, es porque quiere que la abramos para acoger a aquellos que desean encontrarlo, aquellos que anhelan vivir momentos de alegría y paz, esa alegría y paz que sólo Jesús puede darnos.

Desde entonces San José ha sido invocado por nosotras con tanto amor y confianza, con la certeza de que él sabrá escuchar nuestro grito de ayuda en medio de las pruebas que la vida siempre reserva. Debo añadir que tantas veces he pedido perdón a San José por mi incredulidad inicial, cuando casi por bromear había animado a mis hermanas a escribirle nuestra carta de peticiones. ¡Gracias San José, gracias Jesús que siempre escuchas a aquel que en vida no te negó nada!