El Evangelio de este segundo domingo de Adviento retoma un texto del profeta Isaías: “Voz del que clama en el desierto: preparen el camino del Señor, enderezen sus sendas”, en referencia a la obra del Bautista, que predicó un bautismo de conversión para el perdón de los pecados, para preparar al pueblo de Israel para la revelación del Mesías.
¿Cómo podemos prepararnos para la venida del Rey de reyes? Mediante la purificación de nuestro corazón. Solo un corazón puro y desprendido del pecado está listo para recibir al Señor. Lo que nos aleja de Dios no son tanto nuestros pecados, sino el amor y el apego a ellos. Santa Bernardette dijo: “Dios no se preocupa por nuestros pecados mientras no los amemos”. En efecto, San Francisco de Sales dijo que nuestros pecados son el trono de la misericordia de Dios y nuestras incapacidades el asiento de su omnipotencia, porque hacen brillar su inmensa bondad y su infinito amor por nosotros, cada vez, que arrepentidos, los confesamos.
Al encender la segunda vela de Adviento, tomamos la santa resolución de prepararnos bien para la Navidad con una confesión bien hecha, conscientes de que cuando recibimos la absolución, en ese momento es el mismo Jesús quien nos da su perdón.