En la gran solemnidad de este día resuena el recuerdo del Papa Gregorio XV, quien en 1621 declaró el 19 de marzo fiesta de precepto en honor del santo más poderoso y humilde de la Iglesia: San José. Se habla de él en el Evangelio de Mateo, que lo retrata como el hombre "justo", disponible para realizar la voluntad divina. San José entrega su vida a un proyecto que lo trasciende y se compromete a llevar consigo a María, permaneciendo cerca de ella, como fiel esposo, y cerca de ese niño como figura paterna responsable. Mateo nos presenta a José como el hombre obediente que acoge plenamente la voluntad de Dios y sabe cuidar de las personas que le han sido confiadas. Incluso cuando el ángel le ordena que se refugie en Egipto para escapar de la amenaza de Herodes, realmente José se comporta como el padre de Jesús que guarda y protege.
El Santo Padre Francisco, el 8 de diciembre de 2020, solemnidad de la Inmaculada Concepción, nos entregó casi sorprendentemente la Patris Corde, una carta apostólica dedicada a la gran figura de San José. Es hermoso y conmovedor que el Papa, justo en el corazón de esta emergencia sanitaria, la pandemia de Coronavirus, haya recurrido a San José como a una de las figuras más ejemplares a imitar. Quizás simplemente porque siempre que en el Evangelio uno se encuentra con la figura extraordinaria de este Santo poderoso, siempre lo encuentra en situaciones difíciles, donde se da cuenta de que su presencia marca la diferencia en la adversidad. Por eso, en este período tan complicado para toda la humanidad, el Papa quería que el mundo volviera la mirada hacia San José. Él tenía la extraordinaria capacidad de seguir a Dios, a pesar de todo, depositando en él una confianza incondicional incluso en las situaciones más hostiles.
El Papa Francisco forma parte de un camino ya trazado en el pasado por algunos de sus predecesores, que dedicaron parte de su magisterio petrino a la figura del padre putativo del Señor, reconociéndole un papel central en la historia de la Salvación. No todos los fieles, sin embargo, son conscientes de que, en el día dedicado a la Inmaculada Concepción, hay un aniversario particular que no podemos ignorar: 150 años desde la proclamación de San José como Patrono Universal de la Iglesia. El Papa Pío IX, el 8 de diciembre de 1870, con el decreto Quemadmodum Deus, confió la Iglesia a la protección de San José y lo proclamó "Patrón de la Iglesia universal". El decreto tiene una historia singular. Fue un momento significativo y trágico para la historia de la Iglesia y de Italia: la toma de Roma, el gobierno que se arrogó el derecho de someter los actos papales a control, el fin del poder temporal del Papa. Para afrontar los tristes acontecimientos que se sucedieron y dar voz al sentimiento común del pueblo católico, el Papa Pío IX recurre a un decreto de la Congregación de Ritos, en lugar de una bula o una carta papal. El Pontífice toma la firme decisión de confiar la Iglesia Universal a la protección del Padre putativo del Señor: «Y puesto que en estos tiempos tristísimos la misma Iglesia es atacada por doquier por sus enemigos y se ve oprimida por tan graves calamidades que parece que los impíos hacen prevalecer sobre ella las puertas del infierno, los venerables obispos de todo el orbe católico, en su nombre y en el de los fieles a ellos confiados, elevaron sus preces al Sumo Pontífice para que se dignara constituir a san José por patrono de la Iglesia.».
El Papa Pío XI también confía la Iglesia universal a la protección de San José; en tres discursos distintos (1928, 1935 y 1937), lo define como «una poderosa égida de defensa contra los esfuerzos del ateísmo mundial", que apunta a la disolución de las naciones cristianas».
San Juan Pablo II, entonces, en la Exhortación Apostólica Redemptoris Custos del 15 de agosto de 1989, explica que Pío IX «sabía que no se trataba de un gesto peregrino, pues, a causa de la excelsa dignidad concedida por Dios a este su siervo fiel, «la Iglesia, después de la Virgen Santa, su esposa, tuvo siempre en gran honor y colmó de alabanzas al bienaventurado José, y a él recurrió sin cesar en las angustias».
En esta gran solemnidad continuamos, de todo corazón, elevando nuestras súplicas a este gran santo, que, si bien permanece escondido, es de fundamental importancia en la historia de la Salvación. Recordamos las palabras de santa Teresa de Ávila: «Nunca ha sucedido que me haya dirigido a San José y él no me haya escuchado».
San José, Patrón de la Iglesia, ruega por nosotros.