Continuando con la serie de artículos por el vigésimo aniversario de la fundación de nuestra comunidad, en este mes de octubre queremos llevarlos con nosotras por todo el mundo, en memoria de aquellas misiones que nos ha confiado la Virgen de la Revelación.
Cada vez que nos subimos a un avión o tomamos nuestros autos con equipajes llenos de estatuas, estampitas y medallas para repartir, sentimos resonar dentro de nosotras la invitación de María a ser "misioneras de la Palabra de Verdad". Por lo regular, siempre vamos "de dos en dos" (cf. Lc 10, 1), acordando de antemano el tema general de la misión con el párroco o con la diócesis de referencia.
Cada vez que el automóvil sale del convento en dirección al aeropuerto, cada una de nosotras tiene la clara conciencia de ser enviada por el Señor a esas tierras lejanas, donde, sin embargo, el anhelo del corazón del hombre necesita siempre del anuncio cristiano.
Cuando arranca el despegue del avión encomendamos el viaje a Nuestra Señora, le recomendamos a todos los que encontraremos, pidiéndole el coraje femenino del amor y la caridad ardiente hacia aquellos hijos que tocarán, en los planes divinos, a las puertas de nuestra historia. No sabemos nada de cuántas personas conoceremos, ni de sus historias, ni de los testimonios que seremos llamadas a ofrecer, ni de los idiomas que tendremos que hablar, ni de cuántas veces podremos comunicarnos con Italia… pero no importa. Nosotras nos vamos, dispuestas a anunciar ese mensaje de esperanza que se derrama de la Cueva de las Tres Fuentes, listas a renovar en los fieles el conocimiento y la devoción a los Tres Blancos Amados y a animar a las personas que encontramos, por invitación de la Virgen, a “nunca dejar el Santo Rosario”.
Al llegar a tierra de misión, pocas horas después del aterrizaje, inmediatamente comenzamos con las primeras catequesis, aunque sabemos, sin embargo, que pronto, los planes se van a cambiar puntualmente y que nos encontraremos haciendo catequesis, reuniones, visitas a los enfermos, a orfanatos y mucho más a un ritmo muy rápido. Y es precisamente en estos momentos de “prisa” de una parte a otra de Brasil, Estados Unidos, Inglaterra o Argentina, que nos beneficiamos de todas esas horas de oración que nuestra vida consagrada nos dona. La oración diaria y la fuerza espiritual que nos llega de nuestra comunidad que reza por nosotros en Italia es como el soplo del Espíritu Santo que, a pesar del cansancio humano, sigue empujándonos y dándonos la fuerza necesaria para anunciar, escuchar, custodiar y confortar. Donamos todo lo que tenemos y a veces nos encontramos con fiebre alta hablando del sentido de la vida y escuchando historias que nunca nos hubiéramos imaginado escuchar pero, como dice Jesús a Santa Margherita María Alacoque, “al amar, todo se consuma y todo se renueva».
Podríamos escribir de muchos milagros que el Señor obró en momentos de misión, pero las palabras no serían suficientes. A la hora señalada, partimos hacia Roma, dejando el mensaje de la Virgen de la Revelación en el corazón de las personas que conocimos y, manteniendo el contacto con ellos a lo largo del tiempo, seguimos formándolos también desde Roma.
Una vez reunidas con nuestra comunidad, rogamos al Señor que se asegure de que la Palabra que hemos anunciado continúe presente en los corazones de quienes hemos conocido y le pedimos la gracia de seguir siendo para la Iglesia y para el mundo una ‘cuna’ donde cada hombre renace finalmente al amor ilimitado de Dios.