Pues finalmente ya hemos llegado queridos amigos, al mes de mayo, el mes mariano por excelencia.
Queremos iniciar esta meditación precisamente con las palabras de la Virgen de la Revelación: “Las Aves Marías que recitan con fe y amor son tantas flechas de oro que llegan al corazón de Jesús”.
¡Pensemos entonces cuántos homenajes hacemos al corazón de Jesús recitando el Santo Rosario!
Pero reflexionemos un minuto. ¿Cuántas veces nosotros, en vez de enviar flechas de amor al corazón de Jesús le mandamos flechas cargadas de nuestros pecados y de nuestras ingratitudes?
¿Cómo nos comportamos de frente a aquel corazón que tanto nos ha amado?
He aquí entonces Su Madre, Aquella que más le ama, que convierte las invocaciones dirigidas a Ella en homenajes dorados a aquel corazón que Ella misma ha visto y continúa viendo sufrir.
Y como cada madre que daría todo por su hijo, así también María quiere dar a Su Jesús lo que Él más desea: las almas.
He aquí la gran potencia que tiene la oración: el bien de las almas. De la nuestra, primero que nada, y después de todas las otras. ¡Qué gran colaboración de caridad es la oración! Quizá quien ha orado por nosotros es a beneficio de quien van nuestras plegarias!
Esta es la economía de la caridad del Cuerpo Místico de la Iglesia, esto es “amarse los unos a los otros”.
He aquí cómo también nosotros, en estos intensos días dedicados a la Virgen Santísima, les invitamos a rezar siempre con amor el Santo Rosario recordando también la promesa mariana de quien lo recita todos los días será salvado. Es verdad, muy a menudo sucede que nos distraemos al rezarlo, pero como decía el Papa Juan XXIII: “mejor decir un Rosario con algunas distracciones que no hacerlo”.
Pensemos en cuántas ocasiones tenemos para rezarlo: en el carro, en el autobús, mientras caminamos… Piensen qué gran testimonio es para los otros inmersos en el caos del tráfico ó en un autobús lleno ver a una persona rezar el Rosario. Recordemos que el Señor se sirve también de estas aparentes banalidades para convertir a los corazones más endurecidos.
Aférrense por lo tanto al Santo Rosario, hagan de él un saludable hábito para ustedes y sus familias y verán que vivir bajo el manto de María dará a la vida un nuevo gusto que les hará experimentar la grandeza de nuestra Madre celeste.
Y después de haber meditado estas palabras de la Virgen de la Revelación, seguramente alcanzaremos también nosotros, en el Santo Rosario, a preparar aquellas flechas de oro de la que Ella habla y dirigirlas derecho al corazón de Jesús. Nada podrá pararlas, precisamente porque son un respiro del alma que alcanza la más bella intimidad de los cielos: el Santísimo Corazón de Jesús.
Dulce Corazón de mi Jesús, haz que yo te ame más.
Dulce Corazón de María, sé la salvación del alma mía.
Dios nos bendiga
Y la Virgen nos proteja.