Han pasado 20 años desde aquel 12 de enero de 2004, cuando oficialmente, nosotras las Misioneras de la Divina Revelación iniciamos nuestro servicio en la Basílica de San Juan de Letrán, en el punto de acogida de los visitantes del Museo del Tesoro de la Basílica.
Los contactos con el Capítulo de San Juan se habían iniciado hacía algún tiempo, a raíz de la propuesta del entonces Cardenal Vicario, Su Eminencia Camillo Ruini, de servir en el Museo de la Basílica. Al principio esta petición nos generó un poco de inquietud: pensábamos que nuestra misión de catequesis sólo podía ser para las parroquias, para los grupos, y para las misiones populares. Sin embargo, antes de comunicar nuestra decisión negativa al secretario del cardenal Ruini, nos encomendamos a la oración para que el Espíritu Santo nos indicara el camino correcto a seguir. Nos iluminó la estrella de nuestro carisma fundado en la evangelización y en el amor a los Tres Amores Blancos: la Eucaristía, la Inmaculada Concepción y el Santo Padre. Así reflexionamos más profundamente sobre el lugar donde el Señor nos llamaba a trabajar: la Basílica de San Juan de Letrán, Iglesia Madre y Cabeza de todas las iglesias de Roma y del mundo, Catedral del Obispo de Roma, es decir, de la Padre Santo. Entonces nos pareció claro que trabajar en la Basílica de San Juan de Letrán significaba servir y honrar al tercer Amor Blanco: ¡el Papa, Obispo de Roma! Con mucha alegría y entusiasmo, pero también con temor reverencial, iniciamos nuestro servicio en la Basílica.
Cada día que pasaba nos dábamos cuenta de la importancia de estar en ese lugar santo y comenzamos a conocer la riqueza espiritual y el gran poder de evangelización que contenía la Basílica con la espléndida “Biblia de los Pobres” tallada en la nave central, que narraba la toda la historia de la Salvación; con el monumental altar del Transepto, que era una verdadera catequesis sobre la Eucaristía, hasta el ábside donde arriba estaba representado el Paraíso, mientras en el suelo se alzaba la Cátedra del Papa, que, a través de figuras alegóricas esculpidas en el supedáneo, proclamaba el poder que Jesús había confiado a Pedro y a todos sus sucesores.
En definitiva, ¡una auténtica “bomba atómica” para la evangelización! Decidimos entonces dar a conocer esta inmensa riqueza a nuestros seres queridos y a nuestro grupo de jóvenes, acompañándolos a visitar la Basílica y revelándoles el mensaje de fe contenido en lo que podían contemplar con admiración y asombro. La emoción y la emoción de nuestra primera visita a la Basílica fueron tales que nos impulsó a crear itinerarios fe no sólo en la Basílica de San Giovanni, sino también en las demás Basílicas de Roma, dando origen así a lo que ahora se conoce como “Catequesis con Arte”.
La Iglesia Madre de San Juan, desde aquel lejano 2004, se ha convertido en lugar de numerosos encuentros con almas: personas a las podemos escuchar, consolar y fortalecer en la fe, seminaristas que necesitar ser animados, sacerdotes por los cuales rezar. Numerosos encuentros que resultaron ser verdadera Providencia para nuestra historia.
El corazón se expande con un gran deseo de cantar el Magnificat, porque verdaderamente el Señor miró la insignificancia de sus servidoras y obró grandes cosas en nuestra pequeña, grande historia guardada en el seno de la Iglesia Madre o más bien en la Iglesia Madre de todas las iglesias de Roma y el mundo.
¡Que el Señor Jesús y la Virgen María continúen bendiciendo nuestro servicio en la Basílica para ser cada vez más sus instrumentos para llevar muchas almas a Dios!
Dios nos bendiga
Y la Virgen nos proteja
Misioneras de la Divina Revelación