En la audiencia jubilar de hoy, el Papa Francisco, al encontrarse con los peregrinos, se centra en la figura de Magdalena para subrayar el profundo vínculo entre misericordia y esperanza. Esa misericordia de Dios que tocó a Magdalena y la llevó a seguir a Jesús se transforma. El encuentro con el Señor resucitado abre la perspectiva de la esperanza, e inaugura una mirada diferente, un “girarse” hacia el Resucitado, hacia la vida, cambiando así de horizonte y de rumbo. Magdalena en el sepulcro hace precisamente esto: llamada por Cristo, se vuelve y sigue al Señor, dejándose invadir por la alegría de su victoria sobre la muerte. Dar la vuelta, dejar atrás el sepulcro y caminar hacia Cristo que ilumina el camino, sólo es posible con un corazón capaz de acoger y escuchar al Maestro que llama a todos por su nombre. Nadie es intercambiable: cada uno tiene su propio nombre, su propio lugar y su propia misión. El Papa hoy nos pide reflexionar sobre la misión que cada uno de nosotros ha recibido y caminar en ella con valentía y firmeza.
¡Queridos hermanos y hermanas!
El Jubileo es un nuevo inicio para las personas y para la Tierra; es un tiempo donde todo es replanteado dentro del sueño de Dios. Y sabemos que la palabra “conversión” indica un cambio de dirección. Finalmente, todo se puede ver desde otra perspectiva y así también nuestros pasos se encaminan hacia nuevas metas. Así surge la esperanza que jamás desilusiona. La Biblia relata esto de muchas maneras. Y también para nosotros la experiencia de la fe ha sido estimulada por el encuentro con personas que han sabido cambiar en la vida y han, por así decirlo, entrado en los sueños de Dios. De hecho, si en el mundo hay tanto mal, nosotros podemos distinguir quién es diferente: su grandeza, que a menudo coincide con su pequeñez, nos conquista.
Por esto en los Evangelios, la figura de María Magdalena surge sobre todas las demás. Jesús la curó con la misericordia (cfr Lc 8,2) y ella cambió: hermanos y hermanas la misericordia cambia, la misericordia cambia el corazón y, a María Magdalena, la misericordia la recondujo a los sueños de Dios y dio nuevas metas a su camino.
El Evangelio de Juan narra de su encuentro con Jesús resucitado en una manera que nos hace reflexionar. Varias veces se repite que María se dio vuelta. ¡El Evangelista escoge bien las palabras! En lágrimas, María mira primero dentro el sepulcro, luego se voltea: el Resucitado no está en la parte de la muerte, sino en la parte de la vida. Puede ser intercambiado con una de las personas que encontramos cada día. Después, cuando escucha pronunciar su nombre, el Evangelio dice que nuevamente María se dio vuelta. Es así que crece su esperanza: ahora mira el sepulcro, pero no más como antes. Puede secar sus lágrimas, porque ha escuchado su nombre: solo su Maestro lo pronuncia así. Pareciera que el viejo mundo todavía estuviese, pero ya no está. Cuando sentimos que el Espíritu Santo actúa en nuestro corazón y sentimos que el Señor nos llama por nuestro nombre, sabemos distinguir la voz del Maestro.
Querido hermanos y hermanas, aprendamos de la esperanza de María Magdalena, que la tradición llamó “apóstola de los apóstoles”. En el nuevo mundo se entra convirtiéndose más de una vez. Nuestro camino es una constante invitación a cambiar de perspectiva. El Resucitado nos lleva a su mundo, paso a paso, con la condición que no pretendamos ya saber todo.
Preguntémonos hoy: ¿sé voltearme a mirar las cosas diversamente? ¿Tengo el deseo de conversión?
Un yo demasiado seguro y un yo orgulloso nos impide reconocer a Jesús Resucitado: de hecho, también hoy, su aspecto es aquel de las personas comunes que se quedan fácilmente a nuestras espaldas. Incluso cuando lloramos y nos desesperamos, lo dejamos a la espalda. En vez de mirar en la oscuridad del pasado, en el vacío de un sepulcro, de María Magdalena aprendamos a voltearnos hacia la vida. Allí nos espera nuestro Maestro. Allí es pronunciado nuestro nombre. Porque en la vida real hay un puesto para nosotros, siempre y en todos lados. Hay un lugar para ti, para mí, para cada uno. Es feo, como se dice comúnmente, es feo dejar la silla vacía: “Este lugar es mío; si yo no voy…”. Nadie puede tomárnoslo, porque desde siempre ha sido pensado para nosotros. Cada uno puede decir: ¡tengo un lugar, yo soy una misión! Piensen en esto: ¿cuál es mi lugar? ¿Cuál es la misión que el Señor nos da? Que este pensamiento nos ayude a asumir una actitud valiente en la vida. Gracias.