El 15 de agosto, la Iglesia celebra la solemnidad de la Asunción. Deseamos reflexionar junto con ustedes sobre esta bellísima fiesta, meditando la primera lectura de la solemnidad, tomada del capítulo 12 del Apocalípsis.
El capítulo se abre con «Y apareció en el cielo “un gran signo”»: este signo indíca un mensaje por decifrar y se manifiesta en el cielo, por lo tanto, se trata de un mensaje que no pertenece al mundo terrenal, sino al mundo de Dios y como tal es autoritario y decisivo.
Es “una mujer revestida del sol”: ¿cual es el significado de esta imagen?. Esta representa al mismo tiempo la Virgen María y la Iglesia. La mujer revestida del sol representa el explendor y la luz de Dios y expresa una condición que se refiere toda al ser de María: Ella es la toda “llena de gracia”, colmada del amor y de la luz que es Dios.
Esta mujer tiene “la luna bajo sus pies”, la luna evoca el tiempo del hombre, los días y las estaciones, la luna esta bajo sus pies, esto representa que ella tiene dominio sobre esa, o sea, ella supera los acontecimiéntos del hombre. Pero como nos enseña Benedicto XVI, en el discuerso que hizo enla Plaza España, con ocación del Acto de veneración a la Inmaculada, en la solemnidad del pasado 8 de diciembre, la luna indica tambien la muerte y la mortalidad. El hecho que esté bajo sus pies significa que María “está plenamente unída a Jesucristo su Hijo, en la Victoria sobre el pacado y la muerte; es libre de cualquier sombra de muerte y totalmente llena de vida. Como la muerte no tiene ningún poder sobre Jesús resucitado (Cf. Rm 6,9), asi, por una gracia y por un privilegio singular de Dios Omnipotente, María la sobrepasó, la superó. Y esto se manifiesta en los dos grandes misterios de su existencia: al inicio, haber sido concebída sin pecado original… y al final, haber sido asunta en cuerpo y alma al Cielo, a la Gloria de Dios. Pero también, toda su vida terrenal ha sido una victoria sobre la muerte, porque se ofrecó por entero al servicio de Dios, en la oblación de si misma a Dios y al prójimo. Por esto María, es en sí misma un hímno a la vida: es la creatura en la cual se ha realizado la palabra de Cristo: “Yo he venido para que tengan Vida, y la tengan en abundancia” (Jn 10,10).
Hay otro detalle importante:
María tiene “en la cabeza una corona” (Ap 12,1), símbolo de su realeza; y la corona esta formada por doce estrellas, aquí es clara la referencia a las doce tribus de Israel y a los doce apóstoles. Ella es la madre y la reina del pueblo del Antíguo y del Nuevo Testamento, que juntos, forman el pueblo de Dios. De este modo la mujer revestida del sol se convierte también, en símbolo de la Iglesia, la comunidad cristiana de todos los tiempos. Ella está enbarazada y grita por los dolores del parto, en el sentido que “lleva en su seno a Cristo y lo deve traer al mundo”: este es el trabajo de la Iglesia peregrina sobre la tierra, que en medio a las consolaciones de Dios y a las persecuciones del mundo debe llevar a Jesús a todos los hombres”.
A este punto aparece otro signo en el cielo: un dragón rojo como el fuego (Ap 12,3), de este signo no se especifíca que sea grande, en cuanto a que se trata del símbolo del mal y el mal, como tal, es limitado. Este signo está en el cielo, porque el mal en sus muchas formas historicas, pretende obstaculizar los planes de Dios sobre la tierra. El dragón es rojo, símbolo de la guerra y de la violencia, tiene siete diademas, porque también el pretende la realeza, pero esa es la inversa de la de Dios. Precipitó las estrellas sobre la tierra, porque tiene como intento destruir la creación y provocar caos sobre la tierra. San Juan afirma claramente en el versiculo 9 que este dragón es el demonio, satanás, que evita a Dios y pretende ocupar su lugar. Este ataca a la mujer y a su descendencia, porque sabe que la mujer traerá al mundo a Jesús. Este dragón buscó en vano primero de devorar a Jesús – “el Hijo varón que debía regir a todas las naciones” (12,5) – en vano porque Jesús – a trevés de su muerte y resurrección, subió al Cielo y esta sentado a la derecha en el trono de Dios”. Por este motivo el dragón dirige sus ataques en contra de la mujer, la Iglesia. Sin embargo, “en todas las epocas, la Iglesia ha sido sostenida por la luz y la fuerza de Dios, que nutre en el desierto con el pan de su Palabra y de la Santa Eucaristia. Y así, en cada tribulación, a través de todas las pruebas que encuentra en el curso del tiempo y las diferentes partes del mundo, la Iglesia sufre persecuciones, pero siempre sale vencedora”.
El tiempo de la persecución y de la tribulación, es un tiempo limitado, de hecho la mujer está en el desierto “por un tiempo, dos tiempos y la mitad de un tiempo” ( Ap 12,14). El significado muy confortable es que no debemos temer nada, porque el Señor está siempre con nosotros y no permite que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas.
El destino que nos espera es la Resurrección, el mismo destino de Jesús y María, que en el Cielo nos esperan y que nos han preparado un lugar desde la eternidad.