En este mes, deseamos detenernos con ustedes a considerar con más atención y devoción el pasaje del Evangelio de San Lucas, que presenta el episodio de la Anunciación de arcángel Gabriel a María Santísima (Lc 1, 26-38).
El pasaje inicia con la aparición del arcágel Gabriel “a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María” (v.27). En el mismo versículo, como pueden notar, se hace hincapié dos veces que María es Virgen y lo repite ella misma en el versículo 34, cuando le dice al ángel: «yo no tengo relaciones con ningún hombre». Esta repetición se debe a la necesidad de subrayar este elemento para hacer comprender lo extraordinario de la concepción de María.
El Evangelista Lucas pone en evidencia el hecho que el ángel se le aparece a María en su ciudad, Nazareth, en su casa, para expresar que Dios entra en lo cotidiano de nuestra vida, trasformandola.
El ángel saluda a María, llamandola con el verbo griego “kecharitomene”, que normanlmente se traduce como “llena de gracia”, pero tal traducción no comprende en si la riqueza del verdadero significado de tal expresión. Se trata de un verbo griego perfecto pasivo. El tiempo perfecto, en griego, indíca una acción iniciada ya en el pasado, pero los cuales efectos permaneces en el presente. Por otra parte, el pasivo, sirve para expresar una acción permitida por el sujeto. El verbo “kecharitomene”, por lo tanto, indica la iniciativa divina en la vida de María, iniciativa, que producida en el pasado, tiene efectos que permanecen en el presente. La expresión “kecharitomene” se podría interpretar así: “Tu, a quien Dios colmo de su gracia”. Pero, la gracia de la cual María fue colmada, no la exenta del esfuerzo y de la fatiga de entrar en el proyecto de Dios.
Después el ángel le dice: “El Señor esta contigo”, algunas veces en el Antiguo Testamento se usa esta expresión para indicar la protección y la ayuda de Dios en alguna misión recibida. Dios asegura la protección a Jacob, Moisés, Gedeón, por lo tanto, María se coloca entre las grandes figuras que recibieron de Dios un particular sustento en vista de una misión por cumplir. Al desconcierto de María, le sigue la tranquilización del ángel: “No temas, María, porque Dios te ha favorecido” (v. 30).