En la Carta a los hebreos Abraham es elogiado por su fe:“Por fe, Abraham, llamado por Dios, obedeció partiendo para un lugar que debía recibir en herencia y partió sin saber para dónde iba…. Por fe, Abraham, puesto a prueba, ofreció a Isaac y precisamente él, que había recibido la promesa, ofreció a su único hijo, del cual fue dicho: De Isaac tendrás una descendencia que llevará tu nombre” (Heb 11, 8. 17-18).
La fe de Abraham presenta tres características propias de la fe: la obediencia, la confianza y la fidelidad que se fundan en el conocimiento de Dios como Aquél que es omnipotente, verdadero y fiel.
La obediencia viene del latín ob-audire = escuchar. En la base de la obediencia, por lo tanto, está la escucha de la Palabra de Dios que llama al hombre a vivir en íntima amistad con Él.
Abraham acoge la Palabra de Dios con toda su voluntad y libertad, porque había experimentado que Dios es omnipotente, verdadero y fiel a sus promesas, de hecho, habiendo dejado su tierra sin haber adquirido otra y no pudiendo tener un hijo, el Señor le había concedido a Isaac. Abraham permaneció libre para acoger la Palabra de Dios, pero decidió confiar y abandonarse a Él, aún sin saber cómo el Señor cumpliría su promesa. En la fe siempre hay un elemento de invidencia, de obscuridad, porque ésta no supone la plena comprensión de aquello que se cree. La fe requiere la confianza y el abandono.
Abraham confía en la Palabra de Dios porque sabe que Dios es la Verdad en persona.
Cuando Dios le pide el sacrificio del hijo, Abraham humanamente sufre, pero su fe es fuerte y no lo hace vacilar, porque él confía en Dios.
En el capítulo 22 del Génesis, leemos que Abraham se pone en camino con su hijo y sus servidores para ir sobre el monte Moria y sacrificar a Isaac. En un cierto punto, se paran y Abraham dice a sus servidores: “Párense aquí con el asno; yo y el muchacho iremos hasta arriba, nos postraremos y después regresaremos con ustedes”. Abraham está seguro que Dios buscará el modo de restituir a su hijo. Siglos después, el autor de la Carta a los hebreos nos explicará el pensamiento de Abraham: “Él pensaba de hecho que Dios es capaz de hacer resucitar a los muertos” (Heb 11, 19). Abraham es estable y perseverante en la decisión de seguir las indicaciones divinas y es heroico a la hora de la prueba.
La fidelidad-estabilidad de Abraham consiste en la decisión, tomada una vez por todas, de obedecer a Dios, sin poner a discusión la voluntad de Dios frente a la prueba: “Mi justo vivirá mediante la fe; pero si me da la espalda no se complacerá en él” (Heb 10, 38). El diseño de Dios prevé siempre algunos momentos para verificar y consolidar: la prueba a la que Abraham fue expuesto era terrible y podía parecer irracional y contrastante con la promesa que Dios había hecho en relación a Isaac: “De Isaac tendrás una descendencia que llevará tu nombre” (Heb 11, 18).
Ciertamente Abraham tuvo la tentación de decir que no a Dios y su tentación consistía en juzgar con su sola mente la Palabra de Dios. Abraham fue fiel porque doblegó heroicamente su propio pensamiento al pensamiento de Dios.
Preguntémonos si también nosotros tenemos una fe similar a aquélla de Abraham: ¿confiamos en Dios también frente a las pruebas y a las dificultades o retrocedemos no reconociendo la omnipotencia de Dios y anteponemos nuestros razonamientos a los pensamientos de Dios? Si tuviésemos la fe del tamaño de un grano de mostaza, ¿podríamos mover las montañas (cfr. Mt 17, 20)? ¿Es nuestra fe verdaderamente así?