Amar a todos en el Sagrado Corazón de Jesús

Continuando con la serie de artículos por el vigésimo aniversario de nuestra aprobación y encontrándonos, en el mes de junio, dedicados al Sacratísimo Corazón de Jesús, queremos resaltar cómo nuestra Regla de Vida reserva un papel fundamental para esta devoción dentro de nuestro carisma.

Diariamente, de hecho, nos ocupamos de ofrecer todas las acciones del día al Corazón de Cristo en reparación de los pecados y por la Salvación de los hombres. Además, cada primer viernes de mes, consagramos la comunidad religiosa al Sagrado Corazón de Jesús y, finalmente, en el mes de junio, cantamos solemnemente las letanías al Sagrado Corazón, preparándonos, a través de su meditación, para captar más y más más lo que significa para nosotras, Misioneras de la Divina Revelación, amar a este Santo Corazón que late por las almas.

Cada una de nosotras, en los albores de su propia vocación, fue atraída por el amor con el que el Corazón de Jesús la llamó a sí mismo y, entonces como ahora, en la contemplación del Santísimo Sacramento del Altar, nos sumergimos en ese Corazón en el que están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia (Col 2,3). Es precisamente este Corazón admirable el que enseña al nuestro la amplitud ilimitada del amor; es precisamente el Corazón de Dios el que quiere encontrarse con el nuestro. Y en nuestra misión de consagradas, unidas a la de muchas otras almas generosas que han elegido vivir para Dios, también nosotras apoyamos la cabeza en el pecho del Maestro siguiendo el ejemplo del “discípulo amado”, escuchando los latidos de Su Corazón, beneficiando de la intimidad de Su presencia. El hermoso mosaico del Sagrado Corazón que hay en nuestra capilla nos ayuda a acoger la invitación del Señor a acercarnos a Él, a escuchar Su Corazón, a aprender de él siempre y de nuevo.
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Pero este Sagrado Corazón no es para nosotras, Misioneras de la Divina Revelación, solo el Corazón de nuestro Salvador, sino también el del divino Esposo que, por su designio providente, nos ha atraído hacia Él, nos ha incorporado a esta comunidad religiosa y nos ha hecho suyas para siempre con el vínculo sagrado de la profesión religiosa. Y cuando llega, el amanecer o el anochecer, no es raro ver en la capilla alguna hermana que, mientras el resto del mundo duerme y descansa, tiene un diálogo vivo y vibrante con su Señor. Ante estos momentos, nos vienen a la mente las palabras del Señor: “La conduciré al desierto y hablaré a su corazón” (Os 2, 16), palabras que expresan admirablemente la ternura de este amor que busca al amado, que se reencuentra con Él y que con Él pretende permanecer escuchando esos tesoros de sabiduría inherentes a su más Sagrado Corazón. Ésta es la dinámica de la caridad que nos enseña el Sagrado Corazón, la de un amor gratuito, rico, fuerte y siempre dispuesto a entregarse con particular intensidad a los que ha amado con un amor particular. Y en una vida comunitaria como la nuestra, el Sacratísimo Corazón del Señor es también el vínculo de nuestra unidad. La escritura sobre el arco de nuestra capilla dice: “Cor Unum”- Único Corazón. Pues sí, en la escuela del Sacratísimo Corazón de Jesús aprendemos a amar, sintonizándonos todas al ritmo del dulce Corazón del Redentor para caminar todas juntas al paso de un solo cuerpo y a la cadencia de una sola respiración en esta familia de las Misioneras de la Divina Revelación. Y luego, aunque muchas veces la misión nos lleve a separarnos físicamente, no importa quién se va y quién se queda, porque donde se cultiva el amor al Sagrado Corazón de Jesús, uno permanece unido y contribuye a la Salvación del mundo.

De hecho, la intimidad con Dios no nos separa en absoluto del resto del mundo y mucho menos de nuestra misión evangelizadora. En efecto, sólo quien tiene a Dios en su corazón puede abrirse a los demás, sólo quien ha contemplado el misterio de Dios puede darlo y, a pesar de las diversas actividades, sigue sintiendo, en el fondo del alma, los latidos del Corazón de Dios, las enseñanzas recibidas, las urgencias queridas por el Corazón de Cristo y hacerlas suyas. Cuando uno se acerca a este sagrario de eterno gozo, que es el Corazón del Señor, solo puedes dejar atrás cada división, cada celo, cada cinismo y enseñar a los demás cómo hacerlo. Al señalar a nuestros hermanos la fuente inagotable de bondad que es el Corazón Eucarístico de Cristo, la belleza desarmadora de este amor sin medidas los llevará también a ellos a imitar este Corazón, a amar este Corazón y a servir a este Corazón. Y así la vida se convertirá en un vivir y habitar en el Corazón de Jesús; en un amar al prójimo, con el amor recibido del Corazón de Cristo; en un acoger a los hermanos con la caridad y la misericordia del Corazón de Cristo.

Concluimos regalándoles la hermosa y antigua jaculatoria que muchas veces recitamos: Dulce Corazón de mi Jesús, haz que te ame cada vez más. Dulce corazón de María, sé la salvación del alma mía.

Dios nos bendiga
Y la Virgen nos proteja