También en 2024, en breve los colores litúrgicos abandonarán el verde ordinario y darán la bienvenida al color viola de los tiempos fuertes. De hecho, con el Miércoles de Ceniza comienzan oficialmente los cuarenta días de Cuaresma en preparación para la Pascua del Señor. El número cuarenta aparece a menudo en la Sagrada Escritura: basta pensar en los cuarenta años del viaje del pueblo de Israel por el desierto, o en Goliat que infunde miedo entre el pueblo durante cuarenta días antes de que David lo derrote, o en los cuarenta días que Moisés pasó en el monte Sinaí antes de recibir las tablas de la Ley, o en el tiempo necesario dado a los ninivitas para su conversión: «Dentro de cuarenta días Nínive será destruida» (Jon 3,4). El mismo Jesucristo, antes de iniciar su misión pública, se retira, impulsado por el Espíritu Santo, al desierto, una vez más, durante cuarenta días. En definitiva, este número asume todas las connotaciones de un tiempo de preparación, de conversión, de espera e invocación de una salvación esperada de las manos de Dios.
Sin duda, por tanto, estos cuarenta días que comienzan llaman a todo cristiano a un atento examen de conciencia para reorientar la propia vida en ese único camino que conduce a la verdad, al bien y a la justicia hacia Dios, hacia sí mismo y hacia el prójimo.
Es, pues, necesario entrar, a través del sugestivo rito de la imposición de las sagradas cenizas en el desierto, en un lugar de silencio, de espera, en el que, lejos de las distracciones efímeras que rodean la vida cotidiana, se pueda escuchar la Voz dulce y ligera de Dios que sube a la superficie desde el fondo del corazón. La Cuaresma es un tiempo penitencial, en el que se afrontan límites, pecados y apegos para prepararse a la comunión real con Dios, por eso la pedagogía de la Iglesia viene en nuestro encuentro, sabiendo que el hombre fácilmente, entre las mil tareas cotidianas, pierde de vista la meta. Los pilares de este camino cuaresmal son la oración, el ayuno y la limosna.
En la oración somos invitados a elevar la mente y el corazón a Dios, es decir, a estar con Él, a ser conscientes de su presencia en nuestra vida y en nuestra historia. Evidentemente, la oración más grande es la Santa Misa, siempre.
Quizás esta Cuaresma podamos pensar en participar varias veces a la semana, si no todos los días, profundizando los pasos con alguna ayuda. ¿Qué lugar más íntimo, entonces, para hacer una pausa con el Señor en la Adoración Eucarística en la cual nuestro corazón habla al corazón de Dios? Ante Él llevamos nuestros pecados, pedimos ayuda para nuestros apegos, nuestros excesos, nuestros vicios. Entrar en contacto con nuestro ser pecadores abre el camino para invocar a Dios y acoger su misericordia en el sacramento de la Reconciliación.
Aquí, unido a esto, también entendemos el significado del ayuno que, lejos de ser una práctica estética, nos ayuda a distanciarnos de las cosas creadas a las que quizás hemos dado excesiva importancia. De hecho, si sólo buscamos placeres sensibles que den satisfacción inmediata, aunque efímera, olvidamos que nuestra alma busca placeres mucho más elevados y duraderos que estos. Por lo tanto, ayunamos no sólo de la comida, sino también de las redes sociales, el deporte o cualquier cosa que más ocupe la mayor parte nuestro tiempo. Ayunamos para permitir que surja la verdadera hambre de autenticidad y verdad.
Con la oración y el ayuno florece el tercer pilar de la vida cuaresmal: la limosna.
Si en la oración me acerco a Dios, que es amor, y en el ayuno, eliminando lo superfluo, hago espacio para que Él habite mi vida y me enseñe a vivir como Él, el resultado principal es la caridad hacia los demás cuya pobreza puede asumir diferentes significados: desde lo material hasta lo espiritual. Estar cerca de los demás donando dinero, tiempo, atención es lo que nos recuerda que en la Iglesia nadie puede desinteresarse de los demás y de sus situaciones. Todos somos un solo cuerpo místico y lo que a mi hermano le falta, a mí también me falta.
Después de esta pequeña reflexión sobre la Cuaresma, sólo nos queda preparar nuestra estrategia espiritual para este tiempo que se abre ante nosotros y encomendarnos a María Santísima que, como siempre, ¡nos guiará hacia el Señor Resucitado! Santa Cuaresma a todos.