Cuatro puertas santas se abren en Roma con ocasión del Jubileo: las de San Pedro, San Juan de Letrán, San Pablo Extramuros y Santa María la Mayor. Entre las prescripciones fundamentales del Año Santo destaca la visita a al menos una de las cuatro basílicas que, desde los primeros siglos, conservan importantes páginas del cristianismo. Cuatro, como cuatro son los puntos cardinales y las sedes patriarcales del mundo antiguo: Alejandría, Constantinopla, Antioquía y Roma, cada una para representar un aspecto único de la fe cristiana.
La Puerta de la Basílica de San Pedro representa la unidad de la Iglesia: cruzar ese umbral es casi como sentirse abrazado por la “catolicidad” expresada por la columnata de Bernini. Allí murió el pescador de Galilea, por su fe que lo había convertido en la «roca» de la Iglesia:
«Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo»
(Mt 16, 16)
Cruzar la puerta santa de San Juan de Letrán es, pues, recordar la fuerza revolucionaria de la fe: el emperador Constantino, que antes creía en dioses lejanos e impasibles, reconoce que hay un Dios cercano al hombre. Tan cercanos no sólo en la Eucaristía, sino también en el amor de la Santísima Virgen.
Ella, la Madre de Dios, como nos recuerda la puerta santa de Santa María la Mayor, se acerca a los corazones en este camino de conversión. Cruzar esa puerta es, entonces, tomar su mano y dejarse conducir en ese viaje.
Por último, la puerta santa de San Pablo Extramuros simboliza la apertura al mundo y a la misión. Cruzarla nos recuerda que la fe no es sólo una experiencia personal, sino que nos abre al mundo, para irradiarlo con el amor de Cristo. Aquí, como los puntos cardinales que orientan el camino, así también cada una de estas cuatro Puertas traza, de manera complementaria a las otras, ese único camino, Cristo, para acercarse auténticamente a Dios.
Así como los puntos cardinales guían el camino, cada una de estas cuatro puertas traza también, de manera complementaria a las demás, ese único camino, Cristo, para acercarse auténticamente a Dios.