La oración de Angelus tiene una larga tradición que se origina en el siglo XII. Con el tiempo se convirtió en algo cotidiano el hecho de recitar esta invocación a las 6 de la mañana, la hora de la Resurrección del Señor, a las 12, en memoria de su Pasión y Muerte y a las 4 de la tarde en memoria de Su Encarnación. De este modo la jornada era marcada precisamente por la piadosa práctica de meditar los misterios centrales de nuestra fe.
“Angelus Domini nuntiavit Mariæ..”, de esta primera frase toma el nombre la plegaria entera, la cual se nos presenta como una meditación bíblica sobre el misterio de la Encarnación de Nuestro Señor. En cada una de las cuatro invocaciones para la ocasión, vivimos estos misterios usando las palabras de la Sagrada Escritura que testifican cuanto ha ocurrido.
“El angel del Señor anunció a María; y concibió por obra del Espírtu Santo” (Lc 1, 26-28, 35).
A través de la recitación de las palabras del Evangelio de Lucas, nos recogemos en meditación para reflexionar sobre el modo en que el Señor ha elegido entrar en la historia. Escuchemos en este pasaje cómo el Señor entra en la historia de María y pidámosle cómo el Señor quiere entrar en nuestra vida. María fue la primera en acoger la Buena Nueva y es precisamente en virtud de su fe que, por obra del Espíritu Santo, acogerá en su seno al Verbo, el unigénito Hijo de Dios, Jesucristo. Con esta inovación escuchamos también el anuncio de la venida de la salvación a la cual, también nosotros, según el proyecto de Dios, tiene para cada uno y debemos formar parte.
La segunda invoación refiere la respuesta de Maríaa, Su Fiat:
“He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según su palabra”. (Lc 1, 38)
María se definió como la “esclava del Señor” y ello demuestra que Ella estaba disponible a todo aquello que el Señor le habría de pedir. Esta apertura de María respecto a los planes de Dios caracterizará toda su vida incluyendo también la aceptación de la Pasión y la Crucifixión de Jesús. Meditando sobre el ejemplo de María reflexionemos sobre nuestra actitud hacia aquello que el Señor nos pide. ¡No reflexionemos sobre aquello que nos ha pedido o sobre lo que nos pedirá, sino reflexionemos sobre qué cosa nos está pidiendo el Señor hoy! ¿Nos encuentra abiertos a su Voluntad?
El “sí” de María fue posible porque ella meditaba siempre la Palabra de Dios en su corazón (Lc 2, 19). La Virgen es para nosotros el ejemplo por excelencia que nos da el coraje para responder con diligencia a todas aquellas solicitudes y atenciones que el Señor nos hace cada día.
En la tercera invocación se medita el evento más importante de la historia humana: la venida del Hijo de Dios sobre la tierra:
“Y el Verbo se hizo carne; y habitó entre nosotros” (Jn 1,14)
Es usual, en este punto de la oración, arrodillarse e inclinar la cabeza para enfatizar la importancia de aquello que se está anunciando. Estamos meditando a nuestro Dios que se hace hombre. ¡Esto no nos remite simplemente a un hecho acaecido hace más de 2000 años, sino a un hecho que continúa actualizándose aún hoy! Cristo dijo a sus discípullos: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). Esto es por lo tanto una invitación vivir el gran misterio de la Encarnación hoy, en nuestra vida cotidiana. María concibió en su seno y, cuando encontró a Isabel, ésta saltó de gozo. Detengámonos en nuestro encuentro con Jesús en la Eucaristía. Cuando preparamos un lugar para Él en el corazón, estamos en grado de volvernos imitadores de Cristo con aquellos con quienes nos encontramos, llevando adelante el misterio de la Encarnación en nuestros días. Nos transformamos en las manos de Jesús para ayudar, consolar, curar y justamente en la oración del Angelus pedimos la gracia para poder vivir este misterio.
En la última invocación, de hecho, pedimos la ayuda de María para vivir nuestra vocación cristiana:
“Ruega por nosotros Santa Madre de Dios, paa que seamos dignos de las promesas de Cristo”.
El Ángelus es una oración que nos invita a la contemplación del misterio de la Encarnación y por tal razón no puede ser recitado mecánicamente. Solamente la verdadera contemplación de la Encarnación llevará sus frutos espirituales a nuestra vida. Rezando el Ángelus nuestros días se vuelven marcados por la oración y así nos disponemos a escuchar y a acoger con nuestro “sí” la Voluntad de Dios para nosotros. Este misterio no es para considerarse sólo en Adviento o para la época de Navidad, sino es un misterio de cada día porque en cada uno el Verbo se hace carne y viene a habitar entre nosotros.