Al comienzo de la Cuaresma de 2019, nos preparamos, como cada año, para el advenimiento de la Semana Santa y del domingo de la Resurrección, con el solemne rito penitencial de la imposición de las cenizas. El comienzo del tiempo fuerte por excelencia, y el ritual que lo determina, establece sus raíces en la antigua tradición de la Iglesia. Como muchos sabrán, el Santo Padre comienza la Cuaresma, participando en el rito de las imposiciones de las cenizas en la basílica romana de Santa Sabina, en la colina del Aventino. Esta es la primera estación de Cuaresma entre todas las demás.
Por lo tanto, es necesario comprender bien qué se entiende con el termino “estación”. Esta palabra proviene del latín statio y es la misma que se usaba cuando los soldados romanos comenzaban el servicio de guardia. Una statio, entonces, estación para nosotros, que sirve para meditar, a los pies de las tumbas de los mártires, los misterios de la Redención y para abrazar de nuevo y con más firmeza las armas de la fe que, iluminadas por la oración, el ayuno y la limosna, liberan y purifican el alma para prepararla para recibir la victoria definitiva de Cristo sobre la muerte.
Y fue así que, en el curso de la historia, se asignó a cada dia de Cuaresma una iglesia como estación para que el pueblo se reuniera ahi, participase a la Santa Misa y renovase sus propositos cuaresmales.
Un recuerdo diario entonces del pueblo de Dios en camino hacia las tumbas de los mártires que, antes de todos, lucharon con las armas de la fe y que interceden desde el Cielo por nosotros. La estación del Miércoles de Ceniza es sin duda la más conocida. Comienza con la oración colecta cerca de la iglesia de San Anselmo y continúa con una procesión hasta la basílica de Santa Sabina, donde tiene lugar la Santa Misa presidida por el Sumo Pontífice. La razón por la cual esta es la primera estación de Cuaresma es incierta: se piensa que, al ser la basílica colocada en la cima del Aventino, la subida hacia ella, a partir de la Iglesia de Santa Anastasia, podría ser una imagen clara del camino penitencial que estaba a punto de empezar.
La basílica de Santa Sabina, del siglo V, fue construida, como leemos en la gran inscripción de mosaico en la contrafachada, “por el presbítero Pietro Illyricus, en la época del Papa Celestino I” (422-432 d.C.). Esta iglesia surge arriba de la casa de la mujer romana Sabina, esposa de Valentino, que se convirtió al cristianismo a través de la mano de Serapia. Ambas, al ser descubriertas, pagaron con la vida su fe cristiana y hoy están enterradas bajo el altar mayor de la misma basílica.
Sin embargo, esta basílica, a pesar de haber perdido a lo largo del tiempo gran parte de sus obras, conserva una decoración en mármol precioso arriba de las columnas de la nave central. Esta presenta algunas insignias militares de las legiones romanas coronadas por el símbolo de la Cruz: la única señal ahora por la cual vale la pena luchar, vivir y morir.
La defensa de nuestra fe, el amor apasionado por todo lo que Cristo ha hecho por nosotros y el amor a nuestra pertenencia a Cristo pueda ser el objectivo de esta Cuaresma. Según San Pablo, tenemos que brillar como luz en el mundo mostrándo a todos la Palabra de Vida (Cfr Flp 2,15-16) y tenemos que hacer esto, como el Señor y los mártires nos enseñan, usque ad sanguinem effusionem, hasta el martirio.
La Cuaresma es, por lo tanto, una pequeña paráfrasis de la vida que, a través de las tentaciones y las batallas espirituales, lleva, si uno permanece fuerte en la fe, al puerto de la salvación.
Santa Cuaresma