Cuando se reúnen en la gran Plaza de San Pedro, los peregrinos suelen decir: “Nos vemos en el Obelisco”. Este grandioso monumento egipcio sirve como reloj de sol en la plaza, delimitado por el columnado realizado por Gian Lorenzo Bernini, entre los años 1656-1667.
Se trata de un monolito de granito rojo, de una altura de 25 metros y que si pudiera hablar, nos contaria una larga historia de más de 3,000 años, iniciada cuando el Faraón Nencoreo (quizas Amenemhet II, 1985-1929 a.C.) lo erigió en Heliópolis en Egipto, en honor del dios sol, como voto por haber reuperado la vista. Reducido después de altura y transportado en el foro de Julio en Alejandría por Cornelio Gallo, primer prefecto de Egípto, en el año 40 d.C.
El emperador Calígula pidi ó que lo trasportaran a Roma, donde llegó en un barco lleno de lentejas para evitar que se rompiera. En Roma, el obelisco fue erigido en el centro del circo que algunos años m á s tarde se convirtió en el circo privado del Emperador Nerón.
En la noche entre el 18 y el 19 de julio del año 64 d. C., en Roma, se desarrollo un terrible incendio que por nueve días quemo la ciudad. El Emperador Nerón, para desviar la atención de sí mismo, descargo la culpa de este terrible acto sobre los cristianos. Si pudiera hablar, el obelisco podría testimoniar como murió “la gran multitud de cristianos”, que fue esterminada en el circo de Nerón según escritos del historico escritor pagano Tacito. Los cristianos “cubiertos por pieles salvajes, padecieron devorados por los perros, o crucificados, o también, quemados vivos como antorchas, que servian para iluminar en la oscuridad cuando iniciaba la noche”. Inició de esta forma la primera persecusión del Imperio Romano en contra de los cristianos. Durante esta terrible persecusión sufrió el martirio el Apóstol Pedro, crucificado con la cabeza hácia abajo.
Ciertamente este obelisco vió también las piados personas que rescataron el cuerpo del pesacador de Galilea y con inmenso amor escabaron un agujero en la tierra, en la cercana Necrópolis Vaticana, para depositar aquel pobre cuerpo martirizado. Con el pasar de los años las sepolturas de la necrópolis crecieron y para conservar la memoria de la sepoltura de Pedro, en el siglo II d. C., se levantó un muro pintado de rojo, con una simple capillita con un nicho separado en dos partes por una placa horizontal de marmol travertino, apoyado en la parte delantera en dos columnas de mármol blanco. La capilla, llamada “Trofeo de Gaio”, tenía en la base una puertita que se abria en correspondencia con la tumba del apóstol. Siempre en la sombra del obelisco podremos oir las palabras que el dotado presbitero romano Gaio (del cual la capilla tomo el nombre), durante el pontificado del Papa Zefirino (199-217), dirigia al herético Procolo que negaba la presencia de la tumba de Pedro y de Pablo en Roma: “Yo te puedo mostrar los trofeos de los apóstoles. Si vas hacia el Vaticano o a la calle de Ostia, encontrarás los trofeos de quienes fundaron esta Iglesia” algunos años después de la construcción de la capillita, se levantó un muro perpendicular al muro rojo, costruido sobre el lado derecho (norte) del Trofeo de Gaio, el así llamado muro de los grafitis, sobre el cual tantos cristianos escribieron las invocaciones al Apóstol Pedro. En 1941, durante las excavaciónes arqueológicas realizadas por oden del Papa Pio XII, encontraron un grafiti, separado del muro rojo, con un escrito en griego, que fue decifrado algunos años más tarde de la epigrafista Margarita Guarducci: “Petros Eni – Pedro esta aquí”.
El obelisco podría narrar también, como el Emperador Constantino, mandó buscar la tumba de Pedro y la protegió, cuando ordenó aterrar toda la Necrópolis, para realizar una superficie artificial sobre la pendiente de la colina. La tumba de Pedro fue el punto de encuentro en el cual fue erigida la Basílica Constantiniana que resistió hasta el año 1400. El 18 de abril de 1506 el Papa Julio II bendíjo la primera piedra en el inicio de los trabajos que transformaron la Basílica de San Pedro con el aspecto que hoy todos nosotros conocemos: para esto fueron necesarios 150 años de trabajo.
En 1586, el Papa Sixto V ordenó que el obelisco fuera transportado al centro de la plaza e hizo poner en la parte superior una cruz que contiene algunos fragmentos de la Santa Cruz de Jesús. En la base del obelisco se puede leer la inscripción en latín: “Christus Vincit, Christus regnat, Christus imperat” (Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera).