En 1603, el cardenal Maffeo Barberini, futuro Papa Urbano VIII, comisiona a Miguel Ángel Merisi, llamado el Carvallo, la realización del “Sacrificio de Isaac”, óleo sobre tela que hoy se conserva en Florencia junto a la Galería de los Uffizi.
Miguel Ángel Merisi, joven artista lombardo, aprende el menester en el estudio de Simón Petezano, quien aprende a pintar del verdadero amor por la naturaleza y del estudio de los efectos de la luz. De apenas veinte años, Carvallo se acerca a Roma, donde labora en el estudio de José Cerasi, llamado el Cavalier de Arpino. En el ambiente artístico romano, dominado por el estilo manierista, donde el artista hacía gala de su habilidad técnica al representar los personajes en las posiciones más complejas, Carvallo aporta una corriente revolucionaria: en sus pinturas los héroes de la historia sacra tienen el rostro de hombres y mujeres de la calle, cansados y heridos por la vida; esto suscita furor y un poco de envidia, pero también tanta admiración de parte de potenciales clientes, como el cardenal Francisco María del Monte.
La experiencia romana se cierra en 1606 cuando, durante una riña, Carvallo mata a un hombre y se ve obligado a huir. En estos años difíciles también el estilo del pintor se vuelve más dramático, el encuentro entre luz y tiniebla se acentúa, los colores se hacen más obscuros y las sombras más intensas.
El episodio bíblico aquí retratado se refiere a los eventos del patriarca Abraham que a cien años ve realizarse la promesa de Dios de tener un hijo de su esposa Sara, después de haberlo esperado tanto. Aún así, después de que le fue donado por Dios, recibe la orden divina de tomar este hijo único suyo Isaac y de ofrecerlo en sacrificio. Abraham ata el muchacho al altar del sacrificio y extiende la mano para inmolarlo, pero el ángel del Señor lo llama del cielo y le dice: «¡Abraham, Abraham!». Y Abraham responde: «¡Aquí estoy! ». Y el ángel dice: « No extiendas la mano en contra del muchacho y no le hagas ningún mal. Ahora sé que tú temes a Dios y no me ha has negado a tu hijo, tu único hijo. Entonces Abraham levantó los ojos y vio que a un borrego enredado de los cuernos entre el zarzal. Lo agarró y lo ofreció en holocausto en vez de su hijo ». (Génesis 22, 10-13).
Al centro del cuadro domina Abraham, un anciano calvo, barbudo y fuerte, que viste una túnica rojo sangre sobre un vestido ocre; su mano izquierda sostiene la cabeza del hijo sobre el altar y en la derecha tiene el cuchillo del sacrificio. Sobre el rostro de Isaac, afianzado con fuerza por la mano del padre, una mueca de dolor, el grito de la juventud y la inocencia que está por ser violada. Para hacer de modelo de Isaac, fue el chico de Carvallo, Cecco Boneri, que más adelante se convirtió también en pintor.
El rostro de Abraham, con expresión interrogatoria, está drigido a la izquierda de la pintura, donde de pronto aparece un ángel, configurado como un adolescente, que con la mano derecha, firme y decidida, aferra el brazo del patriarca, impidiéndole introducir el puñal en el cuello del joven. El ángel apunta el índice de la mano izquierda e indica a Abraham el borrego para ofrecer en lugar de Isaac, lugar sobre la extremidad opuesta de la tela.
La luz se refleja sobre el cuerpo del joven ángel en diagonal, rebotando después en Isaac. Siempre la luz pone en evidencia la hoja del cuchillo. El artista alcanza a poner en evidencia la obediencia de Abraham, de hecho, su mano tiene el cuchillo de modo resuelto, no vacila en ofrecer a Dios su único hijo. Es de notar que el rostro del patriarca es penetrado (y no cegado) por la luz divina, plena es la esperanza en la Providencia, la carta a los hebreos nos dice cuáles eran sus pensamientos: “Por la fe, Abraham, puesto a prueba, ofreció a Isaac […] Él pensaba realmente que Dios es capaz de hacer resucitar a los hombres de entre los muertos: por eso por lo cual lo recobró y eso fue un símbolo”. (Heb 11, 17-19).
La luz divina hace emerger de la sombra las formas de los árboles y se desliza después lejos, en el horizonte del paisaje, donde se entrevén árboles y casas, mientras las nubes sombría se disipan.
Abraham es el hombre que obedeció a Dios y, en esta obediencia, él se trasformó: había subido al monte como Padre de Isaac, luego descendió como padre de los creyentes.