No muchos saben que el Santo Rosario, una de las devociones marianas más difundidas en el mundo, tiene casi mil de años de historia en los cuales ha sufrido muchos cambios y adiciones antes de llegar a la forma actual.
Esta práctica piadosa nos permite contemplar el rostro de Cristo acompañados de la Beata Virgen María. No es, por tanto, una devoción meramente mariana sino también cristológica porque, meditando con María la vida de su Hijo, podemos aprender cómo hacer del camino de Jesús nuestro camino, de sus elecciones nuestras elecciones. Esto porque, en la repetición constante e ininterrumpida de las Ave María, típica del Santo Rosario, es como el alma se alisó con el dulce nombre de la Virgen María la cual, a su regreso, prepara el corazón de los que la invocan la venida de su Hijo Jesucristo.
Al rezo del Santo Rosario están ligadas muchas gracias que la Virgen promete a sus hijos, peregrinos en la tierra. Es así como muchos santos han hecho de esta práctica su fortaleza y su confianza. Sin olvidar las innumerables recomendaciones de la Virgen al rezo del Santo Rosario en las apariciones de Fátima, Lourdes y de las Tres Fuentes.
En la súplica a la Virgen de Pompeya el Beato Bartolo Longo define el Santo Rosario una “dulce cadena que nos une a Dios”. Estas son las palabras que nos vienen a la mente cuando nos encontramos con un detalle muy del Juicio Final de Miguel Ángel que llena la pared del altar de la Capilla Sixtina. Justo a la izquierda de los ángeles tubos, que dan inicio al Juicio, encontramos dos almas que, en la lucha por alcanzar el paraíso, se aferran poderosamente a un instrumento similar a una cuerda detenida por un ángel. Sin embargo, una observación más cuidadosa, nos hace comprender que se trata de una corona del Rosario. Aquí “la dulce cadena que nos une a Dios”, aquí la salvación prometida y obtenida por este potente instrumento, aquí la dulce cadena que se detiene hasta la contemplación del rostro del Padre.
El Santo Rosario, acogiendo esta imagen de la cadena, hace que salgan al cielo nuestras oraciones y que caigan sobre la tierra las gracias de las cuales tenemos necesidad para vivir la vida cristiana. Atemos al mundo con la oración del Santo Rosario, poniéndolo bajo el poderoso manto de la Virgen. Intercedamos por las almas más necesitadas, ampliando entre los dedos esos granos de esperanza y de amor de los cuales el Señor quiere colmar la tierra y así, unidos en la oración a la Virgen Santísima, Reina del Santo Rosario, estaremos verdaderamente “unidos a Dios”.