Para descubrir y renovar nuestra fe es necesario partir de los fundamentos, que se expresan en el símbolo de nuestra fe que es el Credo.
Desde el origen, como dice el Catecísmo de la Iglesia Católica (CIC) “desde su origen, la Iglesia apostólica expresó y transmitió su propia fe en fórmulas breves y normativas para todos” (CIC. No 186), sintiendo, también, la necesidad de reunir los elementos esenciales de la fe en compendios organicos y artículos para todos los cristianos, pero en particular para los candidatos al Bautismo, de modo que ellos podian disponer de una exposición completa de la fe.
El credo es llamado “profesión de fe” porque resume la fe profesada por los cristianos, es llamado también, símbolo de la fe, porque deríva su significado de la palabra griega “symbolon”, que significa “juntar, reunir”. Esta palabra se refiere a una vieja costumbre: la mitad de un objeto partido, por ejemplo, un sello, se presentaba como una señal para darse a conocer. Las partes rotas se ponían juntas para verificar la identidad del portador. El símbolo, era por lo tanto un señal de reconocimiento.
La profesión de fe, interpretada como símbolo, trasmite al otro, la fe que cada cristiano tiene entre sus manos solo como una pieza inperfecta e incompleta, precisamente como “symbolon”, susceptible a encontrar su unidad e integridad solamente en la conexión con los demás. La fe requiere de la unidad y el compañero de fe: la Iglesia (cf. J. Ratzinger, Introduccion al Cristanismo).
El símbolo de la fe es por lo tanto, una señal de reconocimiento y de comunión entre los creyentes, en la Iglesia y es la recopilación de las principales verdades de la fe (CIC No 188). En las cartas de San Pablo, que escribió a menos de 30 años después de la muerte de Cristo, se encuentra una explicita referencia del Credo: “Han obedecido de corazón a la regla de doctrina, que se les ha transmitido” (Rm 6,17).
La primera “Profesión de fe” se hace en el Bautismo. El “Símbolo de la fe” es ante todo el símbolo bautismal. Puesto que el Bautismo es dado “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, las verdades de fe profesadas en el Bautismo son articuladas según su referencia a las tres personas de la Santísima Trinidad (CIC No. 189).
El Símbolo se divide, por tanto, en tres partes: La primera habla de Dios Padre y de la obra admirable de la creación; la segunda toma en consideración a Jesucristo y del Misterio de la Redención de los hombres; la parte final, habla del Espíritu Santo, fuente y principio de nuestra santificación” (CIC No. 190). Estas tres partes estan divididas en 12 artículos como los 12 apóstoles y juntos simbolizan la fe apostólica (CIC No. 191).
A lo largo de los siglos, en respuesta a las necesidades de diferentes épocas, han sido numerosas las profesiones o símbolos de la fe, ninguno de los símbolos de las diferentes etapas de la vida de la Iglesia puede ser considerado como superado e inútil. Nos ayudan a captar y profundizar hoy la fe de siempre a través de los diversos resúmenes que de ella se han hecho.(CIC No. 192-193). Entre todos los símbolos de la fe, dos ocupan un lugar importante en la Iglesia: el símbolo de los Apóstoles y el simbolo niceno-costantinopolitano.
El Símbolo de los Apóstoles, llamado así porque es considerado como el resumen fiel de la fe de los Apóstoles. Es el antiguo símbolo bautismal de la Iglesia de Roma, sede de Pedro, el primero de los apóstoles. (CIC No. 194).
El Símbolo llamado de Nicea-Constantinopla debe su gran autoridad al hecho de que es fruto de los dos primeros Concilios ecuménicos (325 y 381). Sigue siendo todavía hoy el símbolo común a todas las grandes Iglesias de Oriente y Occidente. (CIC No. 195).
Recitar con fe el Credo es entrar en comunión con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, es entrar también en comunión con toda la Iglesia que nos transmite la fe y en el seno de la cual creemos (CIC No. 197). Recitando el credo con fe, entramos también, en comunión con todos los cristianos de todos los tiempos que han utilizado las mismas palabras para expresar su fe.