La Barca realizada por Giotto de Bondone (1266/7 – 1337) es una de las obras más fascinantes de la Basílica de San Pedro y muestra la escena del Evangelio de Mateo en la cual San Pedro, caminando sobre las aguas, va al encuentro de Cristo (Mt 14, 22-33). Este ícono de la fe ha encantado a innumerables visitantes del siglo XIV hasta hoy. El mosaico actual se encuentra al centro de la salida principal del pórtico de la Basílica de San Pedro, desafortunadamente contiene sólo una parte del trabajo original del artista, pero fue mantenido idéntico a como Giotto lo realizó.
En la escena en cuestión la embarcación de los apóstoles se encuentra sobre el lado izquierdo del mosaico completamente a merced de las olas. La tempestad es representada a través de la presencia de las divinidades míticas del viento, posicionada en la parte superior de la obra entre ambos lados. Cristo se encuentra en primer plano y es la única persona que permanece recta, de pie, tranquilo en la confusión de la tempestad. San Pedro está llamando a Jesús diciéndole: “Señor, sálvame” (Mt 14, 30) Jesús está extendiendo Su mano para evitar que Pedro se ahogue en el mar en tempestad.
El relato del Evangelio enfatiza el hecho que los apóstoles fueron “turbados” y “gritaban por el miedo” (Mt 14, 26) y por esto Giotto pone particular atención en los detalles que muestran la reacción emotiva de los apóstoles delante de la escena milagrosa. Hay apóstoles en la barca que, amedrentados, se cubren el rostro, otro está rezando y uno más se inclina en la barca tratando de ver al Señor. En las aproximaciones del timón, uno de los doce apóstoles, completamente aturdido, está indicando la escena milagrosa ante ellos. San Pedro está por ahogarse, pero tiene los ojos fijos en Cristo, como para recordarnos que en nuestras dificultades es a Él que debemos mirar para encontrar ayuda y valor.
A la izquierda, Giotto ha agregado un hombre que está pescando y que, según Vasari, sería un autoretrato del artista mismo. Iconográficaente, el pescador representa a los discípulos de Cristo que, a través de la misión confiada por Cristo de ir a bautizar a todas las naciones, son transformados en pescadores de hombres. El agua representan obviamente el agua del Bautismo a través de la cual el hombre debe sumergirse para convertirse en miembro de la Iglesia. Por su parte, abajo a la derecha, encontramos la figura del Cardenal Stefaneschi que encargó la obra.
Esta maravillosa escena transmite un fantástico testimonio de fe a todos aquellos que se preparan para dejar la Basílica de San Pedro. Es una obra que habla a los peregrinos en sentido eclesial y personal. La primera interpretación ve la barca como un símbolo de la Iglesia que, a través de los siglos, debe pasar a través de numerosas tempestades y dificultades, antes de conducir a todas las almas a puerto seguro en el cielo. San Pedro, al guiar el timón de la barca, es sostenido en la popa por san Pablo que representa a los Obispos los cuales, con su ministerio ayudan y sostienen al Papa para guiar a la Iglesia. En el periodo histórico en que esta ópera fue realizada, la sede de Pedro estaba en Aviñón y el mensaje de la obra resultaba aún más evidente: el Señor guiará la Iglesia fuera de las dificultades y de los tiempos difíciles a través de la persona del Santo Padre. Era una invitación a la fe en el Señor que dice a los apóstoles llenos de miedo: “¡Ánimo, soy yo, no tengan miedo!” (Mt 14, 27).
La escena habla también a los peregrinos de modo personal porque las olas representadas son emblema de las dificultades que se encuentran al vivir una vida cristiana y ésta es una batalla que cada uno de nosotros libra para mantenernos fieles en la vida de todos los días en el credo que profesamos. Aún, cuando la tempestad se hace más fuerte, cuando nuestra fe es débil, tenemos sólo necesidad de seguir el ejemplo de san Pedro y extender la mano hacia la del Señor que nos aferrará y nos sostendrá en cada batalla. Jesús mira hacia los peregrinos, pero con la misma mirada se vuelve a nosotros, casi como si quisiese recordarnos que Él está con nosotros en nuestras batallas y en nuestras dificultades. No dudemos en pedirle ayuda y observemos que nos dice: “¡Ánimo, soy yo, no tengan miedo!” (Mt. 14, 27)