También este año con nuestra inmensa alegría celebramos la fiesta de la dichosa María, Virgen de la Revelación, Madre de la Iglesia e inspiración, guía y modelo de nuestra comunidad.
En Roma, en la Gruta de las Tres Fuentes donde la Virgen se apareció el 12 de abril de 1947, estamos invitados a mirar a María como aquella en la que cuyo seno ha dado inicio la Revelación definitiva de Dios al mundo: Jesús, hijo de Dios e hijo de María. “La dichosa Virgen María es más que cualquier otra creatura en relación con la Revelación. La Virgen no sólo ha escuchado la Palabra, no sólo ha vivido la Palabra, no sólo la ha seguido, María Santísima ha acogido en sí misma, por medio del Espíritu Santo, la generación de la Palabra Encarnada y devino así por excelencia, en la Virgen de la Revelación” (de la homilía del Cardenal Mauro Piacenza celebrada en el Santuario el 12 de abril de 2012).
En este tiempo de cambios en la Iglesia y de particulares dificultades por la fidelidad de los católicos a la fe, queremos recordar la recomendación fundamental de la Virgen de la Revelación: “la verdadera Iglesia de mi hijo fue fundada sobre Tres Blancos Amores: la Eucaristía, la Inmaculada y el Santo Padre”.
¡Qué gran punto de meditación son estas palabras de nuestra Madre celeste!
He aquí el primero de los Tres Blancos Amores, la Santísima Eucaristía, instituida por Nuestro Señor durante la última Cena. Es el sacramento del Amor absoluto: Cristo renueva cada día sobre los altares de todo el mundo Su sacrificio de amor por nosotros y nosotros podemos recibirlo y dejar que el Rey de Reyes encuentre un sitio en nuestros corazones.
Che grande spunto di meditazione sono queste parole della nostra Madre celeste!
En seguida enunciamos las palabras de Santa María Magdalena de Pazzi que, enfervorecida de tanto amor afirmaba: “Cuando un alma ha recibido la Santa Comunión, puede decir las mismas palabras que Jesucristo pronuncio en la cruz: “Todo está cumplido”. Porque habiéndoseme dado a sí mismo, Él no tiene nada más que darme y yo no p tengo nada más que desear”.
El segundo Amor del que la Virgen habla es la Inmaculada. He aquí cómo el Papa Juan Pablo II nos habla de Ella: “María está llena de gracia” desde el primer instante de su concepción, no siendo tocada en algún modo por el pecado original. Digámosle gracias a la Santísima Trinidad, porque en el diseño de la eterna salvación, María se transformó en la “Nueva Eva”, la Madre de los vivientes, es decir, la Madre de todos aquellos que, en Cristo Jesús, se vuelven santos e inmaculados en la presencia de Dios.” (Basílica de Santa María la Mayor el 8 de diciembre de 1992).
La tercera y última articulación de nuestra fe es la Santa Iglesia de Dios.
Cuántas veces, en este tiempo, tantos son tentados de abandonar la Iglesia Católica para seguir la religión de “según yo”, donde, sin embargo, pensándolo bien, no se encuentra Dios, sino a sí mismos; no se tiene un diálogo con el Señor del Cielo y de la Tierra, más bien con nuestro Ego. O bien se dice querer dejar la Iglesia Católica por “culpa de los errores de otros” que pueden ser errores de sacerdotes, religiosos, laicos o incluso papas.
Estas personas parecen haber olvidado que sobre de ellos, desde siempre y por siempre, hay un juez justo y que todos seremos juzgados individualmente.
Es claro que cuando los errores embaten a la Iglesia nos hacen sufrir mayormente, pero debe ser claro que los pecados de los papas, obispos o sacerdotes no pueden ser justificaciones plausibles de presentar al Señor cuando estemos “cara a cara” (1 Cor 13, 12) con Él, por el simple hecho de que es Él quien escudriña los corazones y las conciencias y conoce mejor que nosotros las culpas y las obras de caridad de cada Hijo Suyo.
Todavía, Jesucristo nos ha avisado: “las puertas del infierno no prevalecerán” (Mt 16, 18) sobre Su Iglesia. Y es esto que debemos tener bien presente.
Pensemos cómo podía sentirse la Virgen María de frente a todos los insultos, las calumnias y la condena de Su Hijo que era justo.
El Evangelio nos dice que María custodiaba y conservaba todas estas cosas en su corazón, esto quiere decir que no obstante toda ella permanecía fiel a aquello que Dios le había revelado y en su corazón resonaba aquel “no temas” porque además de que era consciente de que la “fidelidad del Señor dura por siempre” (Sal 117, 2) estaba convencida delante al Hijo agonizante en la cruz que el mal no prevalecerá porque su Hijo es aquel que ha vencido el mal y abatido la muerte.
Oremos a ella, la Virgen de la Revelación, a fin que nos custodie siempre en la “verdadera fe” y nos ayude a ser cristianos enamorados de la Eucaristía, amorosos a Ella, nuestra Madre Inmaculada y grey dócil bajo la guía del Romano Pontífice.
De su parte, he aquí como la Virgen de la Revelación ha animado a Bruno y con él a todos nosotros: “Tú reza y sé fuerte. Yo estaré contigo. Es una promesa de madre. Adelante hijo… yo he creído y me he transformado en madre del Salvador. He creído y he sido transformada en madre de ustedes. ¡Llámenme madre porque soy madre!”
Virgen Santísima de la Revelación, reza por nosotros y dónanos el amor de Dios.
Dios nos bendiga y la Virgen nos proteja.