Continuando con la serie de artículos por nuestro vigésimo aniversario, este mes queremos hablar de nuestros oblatos. ¿Quién es el oblato de la Revelación divina? Es un cristiano deseoso de vivir el Evangelio con convicción y profundidad y ha encontrado en la espiritualidad de las Misioneras de la Divina Revelación un camino de fe, que le facilita el seguimiento de Cristo y le anima a servir a Dios y a los hermanos en su propio estado de vida, con constante referencia a los “Tres amores blancos: la Eucaristía, la Inmaculada Concepción y el Santo Padre” y en estrecha comunión con el Magisterio de la Iglesia.
El oblato puede ser hombre o mujer, sacerdote o laico, casado o soltero. La oblación es un camino que sostiene, que ayuda a vivir plenamente la propia vocación, en una sola palabra, le ayuda a buscar y vivir la santidad, en conformidad con lo que Jesús pide a cada uno de sus discípulos: «Sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo» (Mt 5,48). “Todos en la Iglesia, ya sea que pertenezcan a la jerarquía o estén gobernados por ella, están llamados a la santidad, según las palabras del Apóstol: «Sí, lo que Dios quiere es vuestra santificación» (1 Ts 4.3; cf. Ef 1, 4)” (Constitución Dogmática Lumen Gentium, nn. 39-40).
Hay tres disposiciones necesarias para convertirse en un oblato:
- el deseo sincero de convertirse, de crecer en la vida espiritual, de tender progresivamente a la conformación con Cristo, de buscar verdaderamente a Dios, de conocer y amar cada vez más profundamente la Palabra de Dios.
- amor a la Virgen de la Revelación y conocimiento de su mensaje, porque sus rasgos esenciales deben guiar el camino espiritual del oblato.
- pertenecer a la Comunidad de los Misioneros de la Divina Revelación a quienes consideran como una segunda familia, para sentir su influencia vital, participando en la oración, en las iniciativas de la Comunidad y, según las posibilidades, poniendo a disposición las propias habilidades y el propio tiempo.
De hecho, a través de la oblación, los Oblatos se vuelven parte de la familia MDR con lazos de íntima fraternidad y colaboración mutua. Además, establecen entre sí relaciones de amistad fraterna y se proponen en la sociedad y en la Iglesia como pacificadores y promotores de comunión, expresión de aquella comunión que los une a la Comunidad de las Misioneras. Estas relaciones se fortalecen a través de encuentros de oración, de formación espiritual, doctrinal y litúrgica y de obras de caridad (del Estatuto de los Oblatos de la Divina Revelación).
La comunidad, en sintonía con su propio carisma y características, hace que el oblato participe íntimamente de su misión que, ante todo, es la oración. Somos verdaderos cristianos en la medida en que oramos. Esto no quiere decir que uno deba pasar la mayor parte del tiempo en oración, sino que uno es consciente de que es el soplo de la vida espiritual.
La Comunidad también hace participar a los Oblatos en su apostolado. Es muy hermoso ver su generosidad en ayudarnos a nosotras Misioneras con la misión de la "Virgen peregrina", comprometiéndose a traer y llevar cada semana las tres estatuas de la Virgen a las familias que las acogerán. Finalmente, al oblato se le pide, como a todo cristiano, "dar testimonio de Cristo en todas partes" y "mientras mira a los bienes exteriores, con animo generoso se dedica totalmente a la extensión del Reino de Dios" (cf. Concilio Ecuménico Vat. II, Decr. AA, n. 7), como pidió la Virgen de la Revelación el 12 de abril de 1947, en la Gruta de las Tres Fuentes: “Sean misioneros de la Palabra de la Verdad”. Al hacerlo, el oblato se convierte en esa "sal de la tierra" (Mt 5,13), de la que habla el Señor Jesús y que le hace colaborar en la salvación de las almas.
¡Que María Santísima, Virgen de la Revelación, nos envíe tantas almas generosas y llenas de fe que nos ayuden a preparar los corazones para recibir la Verdad!
Dios nos bendiga
Y la Virgen nos proteja