Los orígenes bíbliocos del Jubileo

«Ha llegado ahora el tiempo de un nuevo Jubileo, en el cual abrir de nuevo de par en par la Puerta Santa para ofrecer la experiencia viva del amor de Dios, que suscita en el corazón la esperanza cierta de la salvación en Cristo» (Spes non confundit, n. 5).

Así el Papa Francisco inaugura el Año Santo, mientras las calles de Roma acogen a los peregrinos.

Históricamente, esta tradición centenaria no se institucionalizó hasta el año 1300. Sin embargo, las raíces del Año Santo no sólo se encuentran en la tradición eclesiástica sino también en el Antiguo Testamento. El “Jubileo”, en efecto, era un año de gracia particular para los judíos, cuyo inicio era anunciado por Jerusalén con el jobel, un cuerno de ariete. El capítulo 25 del Libro del Levítico, dentro del Código de Santidad (Lv 17-26), describe detalladamente los ritos y reglas relativas al Año Santo. Así se manda: “Así santificarán el quincuagésimo año, y proclamarán una liberación para todos los habitantes del país. Este será para ustedes un jubileo: casa uno recobrará su propiedad y regresará a su familia” (Lev 25,10).

Levítico sugiere, ante todo, la importancia del tiempo. El año quincuagésimo era “santo”, tenía algo eterno y divino dentro de sí para ser descubierto y disfrutado. En virtud de ello, se estableció primeramente la condonación de deudas y la restitución de las tierras extraviadas al propietario original. Todas las posesiones de tierras, así como el dinero, pertenecían, de hecho, a las tribus y no a los individuos. Esto permitía la división en territorios que no podían cambiarse excepto, por voluntad de Dios, cada cincuenta años, con ocasión del Jubileo. Lo mismo ocurría con las deudas: durante el Año Santo la tribu recuperaba todos sus bienes, sus hijos y sus tierras. En segundo lugar, este tiempo de gracia asistía a la liberación de los esclavos, los cuales regresaban a sus hogares y con sus familias, recuperando su libertad.

De todo esto se comprende claramente que el Jubileo no fue concebido sólo como un ritual, sino más bien como una verdadera experiencia de remisión. Es este aspecto el que la traducción de la Septuaginta quiso tener más en cuenta. Traduce el término jobel como aphesis, “experiencia del perdón”. Por tanto, los griegos cambiaron el énfasis de la esfera ritual a la moral y existencial. La Iglesia también ha heredado este concepto: el Año Santo no es una hermosa tradición, sino un abrazo intenso a la misericordia de Dios. Ya no son sumas de dinero, sino que los pecados son instintos; ya no se devolvían las tierras ni se liberaban los esclavos, sino que la gracia comenzaba a ser devuelta a las almas ligadas por el pecado, en un perdón “pleno” (DS 868).

Dejémonos llevar a este abrazo y a este año jubilar en el que el Señor abre sus brazos misericordiosos para acoger a todos aquellos que desean experimentar la gracia.