Los Tres Biancos Amores – Me encanta la Inmaculada

Me encanta la Inmaculada

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María es madre de la Iglesia y madre nuestra, Madre de ternura que cuida a sus hijos y nos los deja nunca solos. En la gruta de las Tres Fuentes, María, cuando se apareció a Bruno, le reveló que Ella siempre ha estado a su lado, que no lo ha dejado nunca solo, aun cuando el no la reconocia como madre, porque una madre no se olvida nunca de sus hijos: “Yo vendré en su ayuda, estaré siempre con ustedes, no estaran nunca solos”. Así como María estuvo a los pies de la cruz de su Hijo, así está a los pies de nuestras cruces y nos acompaña en nuestro camino, tomandonos de la mano y conduciendonos a Jesús. ¿Como responder a tanto amor y tanta dedicación?. Donandonos totalmente a Ella, así como nos puso el ejémplo Juan Paplo II, que a Ella le confió toda su vida: “Totus tuus ego sum, Maria” (Soy todo tuyo, Oh María). Metiendonos a la escuela de María y aprendiendo de ella su fe, su humildad, su obendiencia, su generosidad, su espíritu de sacrificio, su esperanza, su povertad, su pureza y su amor por Cristo y por su Iglesia. Sobre todo orando la plegaria preferida de María que es el Santo Rosario, “el arma más potente para luchar en contra del enemigo infernal.

La Iglesia ha exhortado siempre a las familias a recitar el Santo Rosario, porque la oración en familia es fuente de bien para toda la misma familia y atrae hacia ella la misericordia del Señor. No nos olvidemos de la fuerte expresión que usó Juan Pablo II en la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae: “La familia que hace oracion unida, permanece unida” (No. 41).

Y a quien piense que el Rosario es una cosa monotona o aburrida, respondamosle con las palabras de San José María Escrivá: “Bendita monotonía de Aves Marías, que purifica la monotonía de tus pecados” (Solco, 475).

En 1854 el Papa Pio IX, con la Bola Ineffabilis Deus, proclamó el dogma que define a la Vigen María como inmaculada, o sea, “Concebída sin pecado original”: todos los hijos y las hijas de eva, contraen el pecado original, solo María ha sido inmune.

La devoción a María inmaculada, existe désde miles de años antes de la proclamación del dogma, que no introduce a una novedad, si no que confírma una larga tradición. Désde los orígenes del cristianismo los fieles siempre han venerado a la Madre de Jesús como la “Toda santa”. Los padres de la Iglesia del Oriente, definían a María como: “germen no envenenado, purisimo lirio…”. en el Occidente la doctrina de la inmaculada tuvo muchos obstaculos: precisamente San Bernardo, llamado, el enamorado de la Madre de Dios, temía que admitiendo la Inmaculada Concepción de María, la redención universal de Jesús, no se siguiera considerando como universal. El franciscano Juan Scoto, a finales del 1200 superó este obstáculo doctrinal, afirmando, que también María había sido redimida por Jesús, pero con una redención preventiva, antes y fuera del tiempo. Ella fue preservada del pecado original en previsión de los meritos de su Hijo Jesús.

Désde el 1476, la fiesta de la concepción de María se introdujo en el calendario romano.

En 1830, la Virgen se apareció a Santa Caterina Laboure, la cual difundió después una “medalla milagrosa” con la imagen de la inmaculada.

En 1858, a Lourdes, Santa Bernadette Soubirous timidamente le pidió a la Virgen, cuando se le apareció : “¿Señora, tendría usted la bondad de decirme su nombre?”. La Virgen María responde: “Yo soy la Inmaculada Concepción”. La Virgen Inmaculada es el modelo de la santidad silencionsa, la santidad de los pequeños actos cotidianos cumplidos con amor, que tocan el corazón de nuestro projimo: imitemosla entrando en su escuela.

Del catecismo de la Iglesia Católica No. 508
“De la descendencia de Eva, Dios eligió a la Virgen María para ser la Madre de su Hijo. Ella, “llena de gracia”, es “el fruto más excelente de la redención”: desde el primer instante de su concepción, fue totalmente preservada de la mancha del pecado original y permaneció pura de todo pecado personal a lo largo de toda su vid”.
De la palabra de Dios
“Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales en el cielo, y nos ha elegido en él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor. El nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad” (Ef 1,3-5)