También este año nos preparamos juntos para cruzar el umbral de la Cuaresma con la práctica penitencial de la imposición de la Ceniza. En estos cuarenta días la Iglesia llama a sus hijos a vivir un tiempo de penitencia en vista de una conversión cada vez más vigorosa. Este tiempo intenso está destinado precisamente a la meditación profunda sobre el propio camino hacia la santidad, ejemplificado por la práctica de comprometerse con algún sacrificio o renuncia. De hecho, cada Cuaresma trae consigo el propósito de renovar la propia vida. Es como retomar el camino espiritual, identificando batallas y pruebas a afrontar con las armas del ayuno, de la penitencia pero sobre todo de la oración. Un tiempo para volver a nosotros mismos y devolverle el peso justo a lo que caracteriza nuestra vida. En este examen de conciencia cuaresmal podemos preguntarnos: “¿Qué me está pidiendo el Señor?” o “¿Qué me pide en mi día, en mi vocación y con los que me rodean?”
Es el mismo Señor que nos espera en el umbral de la Cuaresma y que nos dirige la misma pregunta que dirigió al profeta Elías en el monte Horeb: «¿Qué haces aquí, Elías?»
(1Re 19, 10)
¿Qué quieres de mí?
¿En qué circunstancia específica de nuestra vida necesitamos al Señor? ¿En qué problema espiritual o relacional? Con corazón sincero y dócil, ponemos en sus manos todas nuestras dificultades, pidiéndoLe que nos ayude a aceptarlas y superarlas, estando atentos a no caer en la tentación de “construir” con nuestras manos nuestra santidad, pensando quizás en aquella penitencia que nos parece más heroica o en aquel sacrificio particularmente pesado. La santidad es la llamada que viene del Señor cada día de nuestra vida, Él es “el iniciador y consumador de nuestra fe” (Hb 12,2), Él que llama y da la gracia. Él nos “modela” y nos transforma según su Voluntad a través de las pequeñas o grandes cosas que estamos llamados a aceptar y afrontar cada día de nuestra vida, ofreciéndolas a Él con amor y para Su amor.
Así pues, el verdadero camino hacia la santidad está en el deseo ardiente de entregarse totalmente a Él, como Él quiere. La Cuaresma es también tiempo para reflexionar sobre todos los dones y gracias que el Señor nos ha dado y darle gracias con corazón agradecido, porque en Él está la fuente y el fin de todo bien que podemos hacer:
«Todo viene de ti y de tu mano procede lo que te damos»
(1 Cro 29,14).
Como David, por tanto, pidamos a Dios la gracia de ofrecerle un sacrificio auténtico, hecho de humildad y de confianza:
«Mi sacrificio es un espíritu contrito, tú no desprecias el corazón contrito y humillado»
(Sal 51,19).