Entre los teólogos escolásticos no faltaron quienes, queriendo penetrar más adentro en las verdades reveladas y mostrar el acuerdo entre la razón teológica y la fe, pusieron de relieve que este privilegio de la Asunción de María Virgen concuerda admirablemente con las verdades que nos son enseñadas por la Sagrada Escritura […] Así, para citar sólo algunos testimonios entre los más usados, los hay que recuerdan las palabras del salmista: «Ven, ¡oh Señor!, a tu descanso, tú y el arca de tu santificación» (Sal 131, 8), y ven en el «arca de la alianza», hecha de madera incorruptible y puesta en el templo del Señor, como una imagen del cuerpo purísimo de María Virgen, preservado de toda corrupción del sepulcro y elevado a tanta gloria en el cielo. A este mismo fin describen a la Reina que entra triunfalmente en el palacio celeste y se sienta a la diestra del divino Redentor (Sal 44, 10, 14-16), lo mismo que la Esposa de los Cantares, «que sube por el desierto como una columna de humo de los aromas de mirra y de incienso» para ser coronada (Cant 3, 6; cfr. 4, 8; 6, 9). La una y la otra son propuestas como figuras de aquella Reina y Esposa celeste, que, junto a su divino Esposo, fue elevada al reino de los cielos (cfr. Papa Pio XII, Const. apost. Munificentissimus Deus, 1 de noviembre de 1950).
Bendita eres tu ohVirgen admirable, por la glorificación de tu cuerpo que estaba vestido de belleza celestial. Ayúdanos, querida Madre, a sufrir por amor a Jesús cada sufrimiento para que nosotros también, en nuestra resurrección, merezcamos las cualidades de un cuerpo glorioso.
Ave María.
Preghiamo.
Dios todopoderoso y eterno, que has elevado en cuerpo y alma a los cielos
a la inmaculada Virgen María, Madre de tu Hijo, concédenos, te rogamos,
que aspirando siempre a las realidades divinas lleguemos a participar con ella
de su misma gloria en el cielo. Por nuestro Señor Jesucristo.
Amen