El hecho de que la Sede Apostólica, heredera del oficio confiado al Príncipe de los Apóstoles de confirmar en la fe a los hermanos (cfr. Lc 22, 32), y con su autoridad hiciese cada vez más solemne esta fiesta, estimula eficazmente a los fieles a apreciar cada vez más la grandeza de este misterio. Así la fiesta de la Asunsión, del puesto honroso que tuvo desde el comienzo entre las otras celebraciones marianas, llegó en seguida a los más solemnes de todo el ciclo litúrgico. Nuestro predecesor San Sergio I, prescribiendo la letanía o procesión estacional para las cuatro fiestas marianas, enumera junto a la Natividad, la Anunciación, la Purificación y la Dormición de María (cfr. Papa Pio XII, Const. apost. Munificentissimus Deus, 1 de noviembre de 1950).
Oh Virgen Inmaculada, por esa fuerza del amor divino que disolvió tu espíritu purisímo de cada vínculo, haz que también nosotros terminamos nuestra vida con un acto de amor verdadero por Dios que nos unirá para siempre al Él,Bien Supremo.
Ave María
Preghiamo
Dios todopoderoso y eterno, que has elevado en cuerpo y alma a los cielos
a la inmaculada Virgen María, Madre de tu Hijo, concédenos, te rogamos,
que aspirando siempre a las realidades divinas lleguemos a participar con ella
de su misma gloria en el cielo. Por nuestro Señor Jesucristo.
Amen