Puerta Santa, emblema del Jubileo

La Puerta Santa de la Basílica de San Pedro del Vaticano es una obra del escultor Vico Consorti

 

La Puerta Santa es el símbolo emblemático de cada Jubileo. Cerrada durante un cuarto de siglo, finalmente se abre la noche de Navidad para iniciar el Año de Gracia. Como todo signo, el de la Puerta también está lleno de significado. Sus raíces se encuentran en el Antiguo Testamento. Por ejemplo, son muchos los episodios importantes que ocurrían a la entrada de las ciudades: se administraba justicia, se pronunciaban sermones o se estipulaban contratos. Además, los judíos teñían los postes de sus casas con la sangre del cordero para salvarse del ángel que los atacaba. No faltan tampoco los episodios en los que Dios habla con Moisés delante del umbral del Sagrario. En definitiva, la puerta era el lugar de encuentro, tanto entre los hombres como entre Dios y ellos.

Con la llegada del cristianismo se heredó la importancia de este símbolo. Son innumerables los pasajes del Nuevo Testamento que afirman su valor, como el del Apocalipsis: «He aquí, yo estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y me abre la puerta, vendré a él y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3,20). El Señor es, pues, como un peregrino que suplica ser acogido; él es el Huésped divino que viene al encuentro del hombre para traerle la salvación. Él mismo se definió como la puerta de las ovejas (ver Juan 10,7), señalándose como el camino principal para no perderse en esta vida. Él es a la vez medio y meta, porque ir hacia Cristo significa cruzar el umbral del cielo, saborear el Paraíso.

La tradición del Jubileo de abrir la Puerta Santa se basa en estos fundamentos bíblicos. Históricamente, fue el Papa Martín V en 1423 quien institucionalizó esta costumbre. Después de él, Alejandro VI dio protagonismo a este signo, acompañado de un certero ceremonial para inaugurar el especial Año de Gracia. A partir de ese Jubileo, el pontífice estableció la apertura de cuatro puertas, correspondientes a las Basílicas Mayores: San Juan de Letrán, San Pedro, Santa María Mayor y San Paolo Extramuros.

Sin duda, sobre todo a partir de ese momento, la Puerta se ha convertido en un símbolo emblemático de la abundancia de dones de gracia que la Iglesia concede al mundo con el Jubileo. Cerrada desde hace un cuarto de siglo, simboliza la humanidad en la oscuridad de la espera. En vísperas de la Natividad de Jesús, esa Puerta se abre de par en par, no por casualidad: en esa noche la Luz que ilumina las tinieblas se encarna y se convierte en medio de salvación (ver Juan 10,9). Cruzar ese umbral es, por tanto, no sólo una tradición, sino una verdadera profesión de fe: el Señor es aclamado como Salvador del mundo y exclamamos con Pedro que Jesús es el Cristo, el Mesías tan esperado por Israel (ver Mt 16, 16) y anhelado por la humanidad.