El último domingo del año litúrgico, la Iglesia celebra la solemnidad de Cristo Rey. El Papa Pío XI instituyó este aniversario en 1925 con la encíclica Quas Primas para que todos pudieran honrar la realeza de Cristo y meditar sobre la “dulzura” de su gobierno. De hecho, esta solemnidad es la culminación del año litúrgico y la liturgia nos conduce a ella a través de la meditación de la institución de su Reino en la tierra.
En el contexto de un mundo cada vez más secularizado, con la religión segregada al margen de la vida pública y una fe debilitada, el Santo Padre invitó a todos a dejar que Cristo reine en sus corazones y mentes, para que el gobierno de El Señor abrace todos los aspectos de la vida (cfr. Quas Primas n.33).
El Evangelio revela la realidad del reinado de Cristo. Él murió en la cruz con el título “Rey de los judíos”. Por tanto, fue en el momento de su muerte cuando se reconoció su realeza universal. Entonces, ante Pilato, Jesús mismo había declarado con razón: “Mi reino no es de este mundo” (Jn 18,36). El Señor vino a establecer su reino en la tierra, no por la fuerza sino por el amor. No hay mayor testimonio que el amor de Cristo por nosotros, su muerte en la cruz para reconciliarnos con Dios y permitirnos entrar en el Reino de Dios como coherederos con Él. De todo esto se deduce que, con un don tan grande, debemos reconocerlo como nuestro Rey y Salvador.
Nuestro reconocimiento de Cristo como Rey se vuelve tangible cuando permitimos que su ley de amor gobierne nuestros corazones y dirija nuestras acciones hacia el Reino de Dios. El Señor nos ha dado el mandamiento de amar a Dios y amarnos unos a otros como Él nos ha amado (cfr. Jn 13, 34). Por lo tanto, se nos exige que miremos a nuestro prójimo con los mismos sentimientos de amor que Cristo. De hecho, cuando amamos a nuestro prójimo, permitimos que el Reino de Dios gobierne la tierra. En la medida en que la humanidad y las sociedades sean dirigidas por el gobierno de Cristo, podemos experimentar el Reino de Dios en la tierra. Por tanto, no es de extrañar que la solemnidad fue introducida para invitar a todos los hombres a dejar que el ideal cristiano guie nuestra vida personal y pública. La encíclica Quas Primas en el numero 17 enseña que: “si los hombres, públicamente y privadamente, reconocen la regia potestad de Cristo, necesariamente vendrán a toda la sociedad civil increíbles beneficios, como justa libertad, tranquilidad y disciplina, paz y concordia”.
En una de las peticiones del Padre Nuestro oramos diciendo: “Venga tu reino” y “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. La Solemnidad de Cristo Rey nos recuerda que estas palabras no deben ser rezadas por costumbre o tradición, sino que representan un compromiso para responder al amor de Cristo por nosotros y enfrentar el desafío de vivir una vida digna del Evangelio. Vivir la vida cristiana en plenitud ofrece a la humanidad los medios para cambiar el mundo y hacerlo un lugar mejor, que se convierte cada vez más en un auténtico reflejo del reino de Dios en la tierra.
Cristo Rey gobierna con un corazón amoroso.
Para honrar a nuestro Señor como Rey, el Papa Pío XI recomendó la consagración de toda la humanidad al Sagrado Corazón de Jesús, devoción importante porque Nuestro Señor apareció para mostrarnos “su Corazón que arde de amor por los hombres”. El Sagrado Corazón es un símbolo del amor infinito de Cristo que nos impulsa a amarnos unos a otros. Por lo tanto, se nos recuerda que es con este Corazón que el Señor gobierna.
Tiene sentido dedicarnos al servicio de tal Rey y ponernos bajo la protección de Aquel a quien se le ha otorgado todo el poder en el Cielo y en la tierra (Mt 28,18). ¡Qué mejor forma de celebrar esta solemnidad que consagrarnos al Sagrado Corazón de Jesucristo, Rey del Universo!
Acto de consagración del género humano a Cristo Rey.
se reza el día de la solemnidad de Cristo Rey.
En la base del obelisco de la Plaza de San Pedro en Roma leemos la frase:
Cristus vincit, regnat, imperat; ab omni malo plebem suam defendat.
Cristo vence. Cristo reina. Cristo impera. Que defienda a su pueblo de todo mal.
¡Esta poderosa oración está escrita en tiempo presente! Cristo vence, reina e impera hoy en las historias de nuestras vidas individuales y por eso en esta Solemnidad debemos honrarlo como nuestro Rey, ¡hoy, mañana y para siempre!